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Cuando las paredes hablan en Buenos Aires: el arte y el negocio de los pintores de la política

Con un oficio que tiene más de un siglo de historia en Argentina, los profesionales de las pintadas callejeras publicitan a los candidatos en tiempos de elecciones

pintas politicas

En la ciudad de Buenos Aires existen paredes que cambian todo el tiempo. Han pasado los primeros minutos de las 19 de un miércoles previo a las elecciones legislativas porteñas (serán este domingo 18 de mayo) y un grupo de cuatro muchachos se acerca a una de las paredes en cuestión. “Silvia Lospennato, es PRO”, se lee, en letras amarillas. Se trata de una de las postulantes a legisladoras.

Aarón y Theo Cabral caminan a la par, mientras blanquean la pared con rodillos. El que los sigue es su papá; el “capitán” del equipo: Miguel Ángel, muchísimo más conocido como “el Chino”. Se encarga de las letras y el sombreado, tareas que hace a la vez. El último en arrancar y sumarse es Ángel Arroyo. Su rol es rellenar con azul una parte de las letras. “Santoro. 18-5. Es ahora Buenos Aires”, pintan en menos de cuatro minutos, sobre una pared de 12 metros. Leandro Santoro es el candidato del peronismo y, según las encuestas, es quien tiene más posibilidades de quedar en primer lugar.

“Y eso que es la primera. Recién estamos entrando en calor”, dice el Chino, mientras agrega su detalle más importante. Desde hace 33 años firma “el Chino” a cada una de las 20 o 30 pintadas que puede hacer por salida en las paredes de la ciudad que cambian constantemente. Luego los cuatro vuelven a la camioneta (modelo 1980) y se mezclan entre tachos para la cal, baldes de pintura, rodillos, pinceles y dos tanques de agua. La próxima pared es a la vuelta. Hoy la recorrida es por el sur de la ciudad e incluye 20 pintadas.

Si a São Paulo la caracterizan las pintadas callejeras bautizadas como pichação, a Bristol (Reino Unido) se la reconoce como la “cuna de Bansky” y Berlín se “vende” como la ciudad con mayor concentración de graffitis de Europa, de las pintadas callejeras de Buenos Aires se podrían decir dos cualidades. La primera es que ninguna otra urbe debe tener tantos escudos de clubes de fútbol pintados en sus calles; al punto de que cada equipo tiene su grupo de hinchas convertidos en pintores.

Miguel Ángel Cabral, conocido como el Chino, frente a unas pintas políticas en Bajo Flores.

La segunda que la hace única son las pintadas políticas en su espacio público. Se cree que las instalaron los socialistas, hacia 1920, y que el peronismo las adoptó como propias. Solo se prohibieron durante la dictadura. Y si bien en un principio corrían por cuenta de los militantes, desde la década del noventa lo más habitual es que se encarguen equipos privados, como el del Chino, que pintó para prácticamente todos los partidos políticos. No se trata de un fenómeno nacional. La mayoría de las pintadas se encuentran en la capital del país y en sus principales s, así como en las grandes rutas y el primer y segundo cordón del Gran Buenos Aires.

Maximiliano Sahonero fue legislador porteño (2015-2019). Pero antes, y entre otras cosas, trabajó como pintor político. Pintó durante diez años. “Tiene que ver con nuestra idiosincrasia artística”, reflexiona al otro lado del teléfono, para agregar: “Los principales espacios políticos encontraron en estas pintadas una cuestión de pertenencia. El auge vino después de los noventa, cuando las pintadas se convirtieron en un producto y aparecieron los pintores históricos. Hoy se siguen haciendo por mística, tradición; se asemejan a las de fútbol en los barrios de los equipos, por la pertenencia del espacio donde están”.

Para conocer a los históricos de la ciudad a los que se refiere Sahonero, hay que buscar las firmas. Los principales son Patita, Beto, Franky y el Chino. Los dos últimos son vecinos del Barrio Presidente Illia, un conjunto habitacional de 614 viviendas en la zona del Bajo Flores. En el ambiente se dice que es la “cuna” de los pintores políticos y que en su momento llegaron a ser cinco pintores en actividad. Lo que se debe aclarar es que, por ejemplo, el Chino, para 2015, tenía 14 equipos de pintadas, de cuatro o cinco integrantes cada uno. Sus colegas también tenían varios equipos. Recorrían el Gran Buenos Aires y la ciudad. Se turnaban para pintar las 24 horas del día, los siete días de la semana.

“No es que el trabajo baje con el paso de los años o las redes sociales. Baja con los cambios de gobiernos”, explica Cabral. “Con Macri [Mauricio, presidente entre 2015 y 2019] se pasó a pintar mucho menos. Desde el momento que se confirmó la fórmula Alberto-Cristina [Fernández-Kirchner, presidente y vice de 2019 a 2023] se pintó todo lo que no se había pintado antes. Y ahora con Milei volvió a bajar. Los partidos de derecha no invierten tanto en pintadas. Tienen otra visión. Esto es más de izquierda, más de barrio; más popular. Por algo se siguen haciendo”.

Se dice que pas pintas políticas fueron instaladas en Argentina los socialistas hacia 1920.

Los orígenes de Cabral son en el Illia. Un día un vecino lo invitó a trabajar y dijo sí, sin preguntar qué había que hacer. Le faltaban meses para cumplir sus 18 (hoy tiene 50) y arrancó cargando los tachos. Dos años después se independizó de cara a su primera campaña política, la de 1995. Con el tiempo también lo empezarían a contratar sindicatos y clubes de fútbol, en los meses previos a sus elecciones. También pinta en su barrio, a pedido de sus vecinos que le encargan saludos de cumpleaños o declaraciones de amor. Desde hace 18 años su firma está muy vinculada a los partidos peronistas.

“¿Si me gusta este trabajo? Mirá mi cara. Yo digo que voy a seguir hasta que me den las piernas. Vengo con mis hijos, tomamos una gaseosa, comemos juntos. La pasamos bien. Ver tu trabajo en las paredes es algo muy lindo. Porque es algo mío. Es una tipografía propia”, dice después de tapar a otra candidata, para poner el nombre del que lo contrató. Su máximo sueño, agrega, es que Word incluya sus letras entre sus tipografías.

El fenómeno de las pintadas políticas hasta tiene una película. Mejor dicho, un documental. Su nombre es Cuerpo de letra y se estrenó en 2015. Su director se llama Julián D’angiolillo. “Por ahí un equipo a la mañana pinta para un partido y a la noche para otro. Y puede firmar de una forma para uno y de otra forma para el otro o directamente no firmar. Es algo que sucede. Tienen un cliente principal, pero si les sale una salida para un partido de otro color político, lo hacen. Solo que no siempre lo firman. Igual cada equipo tiene sus formas de manejarse”, es lo primero que cuenta.

La conversación gira hacia los mensajes de las pintadas. No solo sirven para hacer campaña de cara a una elección. Muchas veces, cuando un partido no termina de definir sus candidatos, aparecen pintadas de fórmulas y los periodistas empiezan con sus análisis: ¿será una jugada política?, ¿será cierto? “Por ahí, si quieren marcarle la cancha a alguien, encargan pintadas en cierto territorio. Se usa como un instrumento de divulgación de mensajes indirectos para generar una especie de rumor o que se corra la voz. O sea que también son formas de acercarse a la propia interna política. Tal vez hoy tiene más eficacia en el nivel intrapartidario que en la propaganda”, dice el director de cine, que también es docente universitario.

El equipo de Miguel Ángel Cabral realiza una pinta en Bajo Flores, en Villa Illia, la noche del 14 de mayo.

Sahonero responde al instante, como si hubiese sido ayer. Dice que en una madrugada llegó a pintar ocho veces la misma pared. Se iba y a los minutos llegaba el equipo que pintaba para otro candidato. Al rato volvía y descubría que le tocaba blanquear y pintar por enésima vez. Es la historia del día a día del oficio. Algunos ofrecen el servicio de “recomposición”. Pintan ciertas paredes y aseguran el mantenimiento por un mes. Los pintores son pocos y se conocen entre sí. Los que se llevan bien, hacen acuerdos por algunas paredes. Se respetan. Aunque uno de los lemas dice que “en campaña no hay amistades”. En el Gran Buenos Aires de los noventa y comienzos de siglo, todo podía terminar mal. Existían zonas calientes.

“Es como un misterio cómo se pinta una pared. Se trabaja de noche y se hace tan rápido que lo más probable es que el vecino se despierte y vea que ahora la pared tiene otro nombre”, confía Sahonero. “Es hasta místico… la gente que te ve se acerca a preguntarte cómo lo hacés. Cuando lo contaba en reuniones sociales, me llenaban de preguntas sobre el oficio. Hay mucha curiosidad”.

Los dos paredones más valiosos ya no se pueden pintar. Uno era el de la autopista Lugones, a la altura del estadio de River Plate. El otro sobre la avenida 9 de Julio, a metros del Obelisco. Con la particularidad que salía varias horas del día en vivo por las señales televisivas de TN y Canal 13, que transmitían con la avenida de fondo y los nombres de los políticos pintados. No fueron las únicas paredes “perdidas”. En los últimos años, el oficio se limitó mucho a la zona sur de la ciudad. Principalmente, se pinta del otro lado de avenida Rivadavia. “Hay un acuerdo un poco tácito con la policía en algunos lugares. Está aceptado aunque no esté permitido y ya forman parte del paisaje”, agrega D’angiolillo. Y concluye: “Además, los pintores también hacen un trabajo social. Son de los barrios y rescatan laboralmente a un montón de pibes”.

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