Los que solo dicen “yo también”
Las palabras hacen, conmueven, comprometen. Y en eso el verbo le lleva mucha distancia al adverbio, un mero frontón


Algunas palabras parecen sinónimas pero no lo son, aunque coincidan sus definiciones. Los distintos caminos que pisaron sus formas las impregnaron de olores y sabores que nos permiten diferenciarlas, intuir sus connotaciones, separar sus sonidos, escogerlas o rechazarlas: “axila” y “sobaco” significan lo mismo, pero la primera no huele y el segundo sí.
A su vez, los pronombres sirven para representar a personas, pero nunca suenan como el nombre propio correspondiente. Puedo decir “le dieron el premio a Martina”, o “le dieron el premio a ella” porque no recuerdo su nombre y Martina se halla cerca y la señalo. Y se entenderá que su persona está contenida en el pronombre. Sin embargo, Martina seguramente preferiría oír “le dieron el premio a Martina” porque esa opción la menciona.
De semejante modo, el adverbio “también” ejerce a menudo la función de abarcar por sí mismo la acción que se silencia. (“Yo voy”. “Yo también”). Pero no se percibe de la misma manera. Cambia su aroma.
Así, entre las personas que nos rodean se encuentran las que explicitan siempre los verbos y las que se limitan a responder “yo también” o “tú también”. Las primeras muestran iniciativa, empatía, comunican sentimientos comprometidos, abren el melón de los elogios o de las críticas. Las segundas responden mecánicamente cuando el camino ha sido desbrozado, se lanzan a una piscina que está colmada. No arriesgan, porque expresan sus sentimientos cuando ya quedó garantizada la reciprocidad.
Alguien dice primero: “Has trabajado muy bien en el proyecto”. Y la otra persona responde: “Tú también”. Si no se añade nada, eso significa igualmente “has trabajado muy bien en el proyecto”, pero este “tú también” no se saborea con el placer que produce la frase completa. Las respuestas “tú también” o “yo también” no posibilitan un corte limpio que permita mantenerlas para siempre como un tesoro en la memoria de quien las escuchó.
Algunas parejas se dividen entre quienes emiten afirmaciones emocionales sinceras, aventuradas a veces, y quienes solo responden con esta especie de pronombre adverbial que evita el silencio pero orilla las palabras dotadas de verdadero significado propio. “Me gustas” (“tú también”). “Te necesito” (“yo también”).
Por tanto, ese “también” sirve y a la vez no sirve como sinónimo, igual que pasa con “axila” y “sobaco”. No se mantiene en el aire y en el recuerdo con el mismo eco. Porque las palabras hacen, conmueven, nos implican, denotan. Y en esto el verbo le lleva distancia al adverbio, que aquí se reduce al papel del frontón que devuelve la bola; pero hurtándole el alma de quien la impulsó.
Por eso cuando alguien se adelanta en expresar un sentimiento o un elogio vale la pena corresponderle con todas las palabras que conformen la idea, si la sinceridad las avala y si realmente deseamos que la expresión de respuesta se equipare con lo que acabamos de escuchar:
–Has trabajado fantásticamente.
–Pues tú has estado sensacional. Eres deslumbrante.
Cambiar esta segunda línea del diálogo por un “tú también” permite apreciar la diferencia.
Tal valor de las ideas detalladas se plasma en todos los terrenos, pero más en los sentimentales. Ahí las palabras enteras son capaces de alterar el ritmo del corazón. Nunca se podrá equiparar un simple “yo también” con la emoción, el dolor, el riesgo o el compromiso en cada una de las sílabas de quien acaba de decir “te amo”.
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