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Columna
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Inflexión

Miquel Alberola

Desde el punto de vista del temperamento, la comparecencia de Francisco Camps en las Cortes Valencianas el pasado jueves establece un antes y un después en su recorrido parlamentario. En ninguna de las preguntas de control de la oposición a las que se había venido sometiendo hasta ahora como presidente de la Generalitat había mostrado, ni siquiera insinuado, la seguridad y la desenvoltura que exhibió esa mañana sobre la tarima. En su hemisferio anterior han quedado célebres matinales con intervenciones que parecían escritas a medias entre Ionesco y Manuel Luque, el facundo ex director general de Camp, y cuya sustancia -acaso estuviese ahí el mérito- consistía en sintetizar en un sermón la fórmula del valium. Pero eso, aunque muy en el fondo fuera I+D, ya pertenece al pasado. Ahora Camps ha dado síntomas de que se está zaplanizando. El jueves estuvo cínico, ágil, incluso sarcástico. Dibujó como un pastel de hojaldre la alcantarilla de Canal 9, definió su propagandismo como periodismo verité, se le antojó plural el coro unánime que anima sus partes y blindó su tímpano a cualquier ruido sobre la estrepitosa deuda del ente público. Incluso dio muestras de mayor pericia política: recargó la munición que le lanzó Joan Ignasi Pla en el argumentario de la última semana y se la devolvió con nitroglicerina. Camps ya está en un nuevo hemisferio: ha cogido el alpiste. Han tenido que pasar ocho meses desde que asumió la presidencia del Consell para que transmitiera la primera palpitación de vitalidad dentro de la jaula orgánica en la que lo ha recluido Zaplana. Y acaso sea ése el balance sustantivo de Camps, más allá de la actividad "absolutamente impresionante" del Consell, que es como la conceptuó ayer Alejandro Font de Mora con su punto palatal enharinado. Aunque es probable que, después de todo, esta mazmorra orgánica no sea la peor de las herencias que le deja su antecesor. Porque después del 14-M, sea cual sea el resultado del duelo, Camps, como responsable máximo del Gobierno autonómico debe afrontar el drama de Canal 9 y el vertiginoso fiasco de Terra Mítica. Y eso, si no quiere pagar los platos rotos, requiere un gran talento.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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