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Tribuna
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El bazuca de Europa contra Trump

El Reglamento 2675 de la UE autoriza a los 27 a imponer sanciones, además de a las mercancías, a los servicios, también a los tecnológicos y digitales como, por ejemplo, a los alquileres de satélites

'EU Space Week' celebrada en Sevilla.
Xavier Vidal-Folch

¿Cómo responderá la Unión Europea a los últimos aranceles de Donald Trump? Debe extremar dos estrategias que parecen excluirse mutuamente: la máxima cintura negociadora; y por si ello falla, una extrema dureza.

Máxima cintura negociadora hasta el miércoles día 9, en que deberían estrenarse los aranceles del 20% a todos sus productos. Por razones tácticas. Siempre es bueno agotar el límite, para minimizar perjuicios. Porque demuestra seriedad responsable, cargada de argumentos, ante alguno de los 27, renuente a enfrentarse con Washington. Y porque el estilo europeo prima pactar a imponer.

También por razones económicas clave. Europa constituye la economía más abierta del mundo, el bloque más sensible a una obstrucción del comercio internacional: su grado de apertura (exportaciones más importaciones sobre el PIB) es del 51%; para un 38% el de China; y un 28% el de EE UU (Organización Mundial del Comercio, OMC, para 2022), así que cualquier viento la constipa más que al resto.

Y porque la brutal amenaza lanzada por Trump tiende a equipararse con las animaladas del presidente Herbert Hoover en 1930. La Gran Depresión de 1929 fue una crisis bursátil y bancaria focalizada en EE UU. Hasta que la política de “empobrecer al vecino” con enormes aranceles (la hiperproteccionista ley Smoot-Hawley propició un tipo efectivo medio cercano al 30%, similar al actual) fueron replicados en cadena por los demás.

Y las devaluaciones monetarias se sucedieron en espiral enloquecida: de repetirse, esterilizarían toda ventaja competitiva comercial europea. Con un agravante: en 1930, las importaciones suponían un 3% del PIB estadounidense; hoy, el 15%: su efecto se multiplicaría... ¿por cinco?

La táctica negociadora para obtener paliativos transaccionales exhibe así límites. Y entonces, ¿qué significa la respuesta o retorsión “proporcional”, que patrocina Bruselas? Eso era lo propio del régimen multilateral que desfallece. Se instauraba un arancel, acotado, para corregir temporalmente un desequilibrio comercial artificial, irresuelto en la negociación; entonces se acudía al árbitro, la OMC. Pero ahora no se trata de un impuesto singular al comercio exterior a un país o sector, sino contra todos y contra todo: a la inmensa mayoría de países y a todas sus mercancías. Y además, la OMC atraviesa una fase catatónica: sus es arbitrales agonizan, tras el boicot de Trump-1 a su renovación vegetativa, y su financiación capota con Trump-2, que le retira las cuotas.

Pese a todo, inténtese, faltaría. Pero adviértase severamente al mismo tiempo de que —a Dios rogando y con el mazo dando— existe un más letal bazuca alternativo, y de que el negociador (Bruselas) se apresta a activarlo. Es el “Instrumento contra la coerción” el Reglamento 2675 de la UE, aprobado en 2023 con motivo de que China acosó a Lituania porque esta estrechó lazos con Taiwan, la pequeña China isleña, díscola y proocidental.

Esta norma autoriza a la Unión a imponer sanciones, además de a las mercancías, a los servicios, también a los tecnológicos y digitales; por ejemplo, a los alquileres de satélites. Un sector mirífico, cuya balanza comercial, inversamente al de las mercancías, arroja superávit para EE UU: de 109.000 millones de euros en 2023, más que el perjuicio de 81.000 millones en que se estiman los aranceles trumpistas contra las mercancías europeas. Y se pueden ejercer las represalias contra personas físicas, Elon Musk, un suponer. Sus satélites. Su excrecencia comunicacional, X-Twitter. O a otros simpáticos oligarcas.

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