Muertes silenciosas

De la muerte de Aparecido Nunes casi nadie se enteró. Tampoco se dieron muchas explicaciones sobre las razones que la provocaron. El informe policial fue, como siempre en estos casos, breve e incompleto, ínfimo, como lo fueron los 16 años que tenía Aparecido Nunes cuando murió, aquella noche húmeda en la que la luna carecía de gracia y de poesía, allí, en la periferia de Recife, Estado de Pernambuco, Brasil, sexta potencia del planeta: “joven muerto asesinado sin causa aparente”.
La vida de Aparecido Nunes era igual a la de miles de jóvenes brasileños pobres. El color de su piel también. Trabajaba de aprendiz en un taller mecánico, estudiaba por la noche, le gustaba el fútbol y Minerva, una muchacha vecina de la que Aparecido se había enamorado y cuando sonreía le decía que era mucho más bonita que una diosa.
La vida de Aparecido Nunes terminó como termina la vida de miles de jóvenes brasileños que, como él, no han hecho otra cosa que comenzar a vivir.
La muerte y los jóvenes en Latinoamérica
América Latina posee algunos de los índices de violencia más altos del mundo. Las estadísticas oficiales ponen en evidencia una realidad escalofriante y que rechaza cualquier explicación simplista o convencional. En efecto, los importantes esfuerzos realizados durante los últimos años en el combate a la pobreza, así como la implementación de políticas redistributivas de gran impacto en términos ciudadanos, no parecen haber tenido la capacidad de disminuir o limitar los altos niveles de violencia que poseen estas sociedades.
Sin lugar a dudas, la disminución de la pobreza y, en particular, de la miseria extrema, constituye uno de los principales desafíos para los países latinoamericanos. Entre tanto, la suposición de que una mejoría en las condiciones de vida de la población es suficiente para una reducción drástica en los altos índices de violencia social, no puede demostrarse de forma muy convincente en Latinoamérica. En muchos países de la región la pobreza tiende a disminuir y la violencia a aumentar.
Un mapa de la tasa de homicidios a nivel mundial pone en evidencia que América Latina es una de las regiones más violentas del planeta.
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