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artesanía

El ceramista que se rebeló contra una tradición familiar de siglos: “No todo el mundo te apoya y te entiende”

Raúl Mouro pertenece a una saga ligada a la cerámica negra de Asturias, pero él decidió tomar otro camino. Alejarse no solo le llevó de vuelta, también le hizo capaz de crear desde la disrupción y la conexión consigo mismo

Raúl Mouro, en el taller, en el que también imparte formación, trabaja con el torno.
Tachy Mora

En el siglo XVI, dos mujeres viudas de Barrio del Mouro, a las que llamaban las Sordas, se dedicaban a hacer canalizaciones de cerámica para el agua. Hasta tan atrás ha podido documentar el asturiano Raúl Rodríguez Arias (Sillaso, 45 años) los antepasados de la larga saga familiar a la que pertenece, dedicada a la cerámica en diversas manifestaciones. Generaciones posteriores, y tan recientes como su padre y su tío, se dedicarían a la afamada cerámica negra de Llamas del Mouro, en esta remota zona del interior suroccidental de Asturias. Desde Oviedo, el camino en coche hasta la pequeña aldea en la que nació Raúl se va haciendo cada vez más sinuoso, angosto y boscoso. “¿Vamos a la Asturias profunda?”, le preguntamos medio en broma. “Dudo mucho que vayas a ver una Asturias más profunda que esta”, responde con esa peculiaridad del tono asturiano que uno no sabe si va en serio o no.

Botella de la colección Agua de Raúl Mouro, elaborada con gres blanco y piedra local.

Llamas del Mouro y Sillaso pertenecen a Cangas del Narcea, aunque se encuentran a una buena distancia entre ellas por pequeñas carreteras que se abren paso entre el montañoso paisaje. Sillaso es una aldea situada en una soleada ladera que cuenta con una pequeña población. Atravesando el bosque que le queda montaña arriba, se obtiene una perspectiva más amplia de los bucólicos valles de la comarca. A lo lejos se divisan las pocas casas que quedan de Barrio del Mouro, que no ha corrido la misma suerte demográfica que Sillaso. Todo está cerca, pero lejos al mismo tiempo, debido a lo serpenteante, austero y rural de los caminos. El a Sillaso lo hicieron la generación de los padres de Raúl. Cuando nieva, se quedan incomunicados. Y a veces, sin saber por qué, se quedan sin internet o cobertura.

Detalle de la preparación del barro que recolecta él mismo en el entorno de Sillaso.

En este entorno creció Raúl, que tomó Mouro como su apellido artístico para poner en valor este territorio y la vinculación de su familia con la cerámica local. “Mi padre fue mi maestro. Él me enseñó desde pequeño a trabajar en el torno. Me dio, y aún me da, todas las herramientas que necesito sobre el conocimiento de la materia y los procesos”, explica con un tono de voz que refleja un profundo agradecimiento. Recuerda sin embargo cómo, en un momento dado de su juventud, terminó sintiendo rechazo hacia un destino que otros habían elegido por él. “Cuando era niño, para mí suponía una formación intensiva. Me pasaba todos los veranos haciendo cerámica en vez de jugar con otros niños o, en plena adolescencia, estar por ahí con los amigos. Lo hacía porque me obligaban, con mucha disciplina. Estaba aprendiendo un oficio, no pasando el rato. Me pusieron a aprender sin preguntarme. En una saga familiar no te preguntan. Acabé cansado”, recuerda. Pero acto seguido reconoce que sin todo aquello hoy no sería capaz de realizar las piezas que hace.

Raúl Mouro, en el bosque cercano a Sillaso.

Decidió alejarse, estudiar Historia en Madrid y explorar otras opciones de vida. Pero finalmente fue él mismo quien escogió volver a Sillaso y a la cerámica tras un largo tiempo de reflexión y conflictos internos. “Tenía problemas emocionales, conmigo mismo y en mis relaciones… Lo que me pasó fue que no me escuchaba. Tenía un estilo de vida y un trabajo en Madrid que no me dejaban tiempo para nada. Vivía una vida diferente, que encuentro inexplicable hoy”, recuerda.

Cuenta que al empezar a escucharse se reconcilió con muchas cosas, incluida su niñez, y superó ese proceso de desvinculación de la familia que necesitó para alcanzar la madurez. “Reconciliarme con mi niñez me permitió avanzar mucho y encontrar la calma. Y poder crear desde la calma, pero también desde la desobediencia”. Con esta actitud tan sólida volvió a Sillaso, donde sabía que le esperaba algo nada cómodo. “Cuando tu familia lleva haciendo una cerámica muy reconocible desde hace siglos, es muy difícil que tengas la libertad de salirte de ahí. Mi familia me ha cuidado mucho y me ha dado muchas herramientas, pero la decisión de hacer mi propia cerámica no fue nada fácil. Me encontré con reticencias. Cuando haces algo así, no todo el mundo te apoya y te entiende, y tienes que tratar de convencer a tu entorno de lo que estás haciendo. Quitar asas, afinar piezas, rediseñarlas… puede resultar hasta ofensivo”.

Tenía la curiosidad y la necesidad vital y artística de explorar otras composiciones y procesos, y de crear formalmente, en lugar de dar estricta continuidad a la cerámica que hacía su familia. “Mi padre estuvo obligado desde niño a trabajar para vivir de la cerámica, apenas estuvo escolarizado. Mi familia es muy humilde y, además, la suya fue una época complicada. Tenía desde que ir a buscar leña al monte para las cocciones hasta preparar el barro para su padre. Los trabajos más duros. Nunca se pudo permitir transicionar hacia algo más artístico, tenía que sobrevivir con lo que hacía”. No quería defraudarlos, pero, al mismo, necesitaba ir por su propio camino. Comprender el sacrificio que otros habían hecho por preservar una tradición —y ese había sido el gran empeño del abuelo de Raúl— le dio fuerzas.

Tenía claro que no quería hacer piezas que ya existían, ni piezas que fueran estrictamente utilitarias, ni tampoco ahumarlas en el horno al estilo de la cerámica negra. Quería explorar, no repetir. Destruir para construir. “En cuanto me sentí seguro para practicar un poco la desobediencia, empezaron a salirme mis mejores piezas. Cuando empecé a ir a buscar mi propio barro y a mezclarlo con otros materiales, como el gres comercial. Hasta la persona que me lo vendía me decía que no me iba a salir, que era inviable trabajar esa mezcla. Lo bueno es que cuando te dicen ‘no hagas esto’, tienes la certeza de que nadie lo ha hecho o lo ha conseguido antes. Muchas de mis piezas las torneo con guantes para no reventarme las manos porque están como una piedra. Es impensable tornear eso. Pero menos mal que es impensable porque, si llegara a ser pensable, lo haría mucha gente y mi trabajo no tendría identidad”. A lo mejor a sus antepasadas las llamaban las Sordas porque también hacían estos mismos oídos sordos.

Raúl Mouro se encarga de todo el proceso previo del barro que utiliza, desde ir a buscarlo en el entorno hasta su preparación para poder trabajarlo.

Y así comenzó a mezclar barro, que él mismo recoge en el entorno, con piedra local molida y gres comercial. De este modo, ha ido explorando diferentes composiciones y procesos para crear piezas que mezclan estos tres materiales en unas proporciones que, aunque con mucha dificultad, puede trabajar en el torno. Primero, realiza todo el trabajo previo de recolectar y preparar la materia. Después, elabora las piezas en el torno, algunas de ellas llevándolas al límite del mínimo espesor. Para ello, las deja secar al sol y, a partir de ahí, comienza a extraer materia minuciosamente en busca de una textura en la que la piedra adquiera también protagonismo. Repite varias veces este proceso de secado y extracción manual a nivel quirúrgico, con el que las piezas continúan perdiendo masa. Justo antes de la cocción, están delgadas como una corteza o una tela. Van corpóreamente tan al límite que el 80% se rompe en este proceso o en la cocción. De hecho, les queda tan poco barro que casi no menguan al pasar por el horno.

Diseños previos de la colección Huella de Tierra para la galería The Middle.

Con esta metodología, Raúl Mouro ha creado varias colecciones en las que ha explorado diferentes posibilidades formales, en algunos casos reinterpretando las tradicionales o introduciendo modificaciones. Con la serie Piel de Mouro, en alusión a su materialidad, textura y delicadeza, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Artesanía 2024 en la categoría de Producto.

Proceso de apertura de una pieza en el torno.

Cuando decidió romper con su vida (por segunda vez) y emprender su propio camino en el mundo de la cerámica, aparte de volver al torno también puso en marcha otra actividad en paralelo, llevando la experiencia de trabajar con barro a espacios poco convencionales, como residencias de personas mayores con deterioro cognitivo y físico, proyectos de personas con diversidad funcional, escuelas de cerámica y guarderías. En los dos primeros casos, se trata de talleres terapéuticos sin objetivo formativo. En los dos últimos, de germinar una semilla y una sensibilidad hacia la artesanía. “Esto surgió de una búsqueda práctica cuando planificaba cómo emprender mi reorientación profesional. A través de la formación podía empezar inmediatamente a trabajar, ya que consideraba que para poder crear algo de calidad como ceramista necesitaba al menos un par de años de estar investigando”, cuenta.

Jarrón de la colección Piel de Mouro.

Esta doble actividad fue dando cada una sus frutos. Los talleres se convirtieron en algo cada vez más estable e, incluso, creó un espacio en Sillaso para formación dirigida a profesionales. Mientras, el desarrollo de su obra cerámica iba madurando a otro ritmo más desigual, en el que las incertidumbres que le estimulaba abordar como punto de partida se iban convirtiendo en certezas. Así, sus piezas más maduras empezaron a formar parte de espacios especializados en cerámica como Tado, el proyecto de Sylvie Fiachetti en Madrid. De ahí han saltado hasta Los Ángeles, donde su serie Huella de Tierra, integrada por 100 piezas, es la colección de debut del recién inaugurado espacio The Middle, comisariado por Olivia Marciano.

Esfera de la colección Tierra, hecha con una mezcla de gres y tierra local.

A veces hay que romper para construir. Desobedecer para obedecer. Un viaje de ida y vuelta.

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Sobre la firma

Tachy Mora
Escribe desde 2006 en EL PAÍS Semanal sobre diseño, interiorismo y arquitectura. Periodista y comisaria de exposiciones, interesada especialmente en las nuevas tendencias, estilos de vida e hibridación entre disciplinas. Autora de libros y exposiciones como ‘Artesanía Española de Vanguardia’ y ‘Escenarios de un Futuro Cercano’.
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