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La historia interminable del Camp Nou

Prometido para el noviembre de 2024, el Barcelona no regresará a Les Corts esta temporada y pone en jaque su normalidad financiera frente a LaLiga. Los vecinos, por su parte, sufren las obras y los negocios lidian con el éxodo de turistas y aficionados. “Facturamos un 60% menos”, lamenta un comerciante

Obras de construcción del nuevo Spotify Camp Nou. [ALBERT GARCIA]

Ruido, grúas, polvo, camiones. Un ajetreo constante envuelve los alrededores del futuro nuevo Spotify Camp Nou, donde el azul y el grana ya asoman tímidos entre las estructuras desnudas. Los asientos pintan de color la primera y la segunda gradería, la tercera se alza con lentitud y el césped se espera como próximo gran hito. Al otro lado de la calle, donde los pocos turistas visitantes pasean entre el museo y la tienda del Barcelona, ajenos a los problemas del Camp Nou, están los vecinos, molestos con el ruido, y los negocios, a remolque con el traslado de los aficionados a Montjuïc, donde el Barcelona residirá el resto de la temporada. El Camp Nou está cada vez más cerca de abrirse de nuevo al público, pero más lejos de los plazos que se prometieron. Y, mientras, la vida en Les Corts se ha transformado en una espera polvorienta y ruidosa.

La constructora turca Limak, encargada de levantar el nuevo estadio, llegó con una idea: trabajar las 24 horas del día. Pero en el corazón de un barrio residencial, esa lógica encontró resistencia. “No se puede trabajar las 24 horas sin descanso. Para los que viven ahí, el día a día es insoportable”, denuncia Ana Ramón, presidenta de la Asociación de Vecinos del Camp Nou. “Los vecinos están agotados. Esto parece no tener fin. Es una obra faraónica, pero tenemos problemas con el ruido, el polvo y la contaminación”. A lo largo de este año y medio, el Ayuntamiento ha concedido permisos especiales para ampliar los horarios de trabajo hasta las 12 de la noche. Eso sí, controlando la emisión de ruido y de luz de los focos de la maquinaria, que en el pasado la constructora había sobrepasado. Ahora, el último permiso, que terminaba el día siete, se ha prorrogado hasta el 30 de abril. “Los dos primeros días se saltaron un poco los horarios. Desde entonces, de momento, los han respetado”, explica Ramón, que participa en las reuniones cada tres semanas con el club y otras asociaciones de vecinos.

A día de hoy, el Camp Nou es un gigante a medio vestir: solo su reconstrucción absorberá 960 de los 1.450 millones de euros presupuestados al macroproyecto Espai Barça. Y sus plazos, como sus grúas, parecen moverse con pesadez. Tanta pesadez que el Barcelona puso en jaque su estabilidad financiera frente a LaLiga. Desesperado por regularizar sus cuentas frente a la patronal, en diciembre el Barcelona vendió 474 asientos VIP del futuro campo a dos fondos “de Oriente Medio”, según expuso el club. New Era Visionary Group se quedó con 350 asientos por 70 millones y Forta Advisors Limited con 124 por 28. “Tendrán la explotación por un máximo de 30 años. Pero su negocio es financiero. Si ellos logran ganar más dinero, el Barça cobrará un porcentaje de esa ganancia”, advierten desde el club.

Del total de 100 millones, el Barça logró certificar que había ingresado 58. Una cantidad que LaLiga daba por válida para que el club regresara a la regla del 1x1, nombre de la normativa de control financiero de la patronal para que los clubes no gasten más de lo que ingresan. Es decir, el Barça recuperaba la normalidad financiera. Surgió un inconveniente: el auditor tumbó la contabilización de los asientos VIP para la campaña 2024-2025. “No se puede registrar un activo que no existe. El campo está en construcción”, fue, según el Barça, el argumento.

Obras de construcción del nuevo Spotify Camp Nou. [ALBERT GARCIA]

El Barça, entonces, volvía a quedarse fuera de la regla del 1x1 y, por lo tanto, sin fair play financiero para inscribir jugadores el próximo verano. En los despachos del Camp Nou llamaron a Limak. “Se colocarán los asientos VIP y ese activo existirá. La constructora presentará un certificado de obra a la auditora y así LaLiga recuperará de nuevo la normalidad”, explica uno de los máximos ejecutivos del Barcelona a EL PAÍS.

Una nueva promesa. Otra más. “Queremos volver a finales de 2024, coincidiendo con el 125 aniversario del club”, había asegurado Joan Laporta en su emotiva despedida del estadio. Luego fue “antes de acabar el año”, después “a mediados de febrero”. Un regreso siempre con el 60 % del aforo total previsto, es decir, unas 60.000 personas de unas 105.000 entre la primera y la segunda gradería, mientras se termina la tercera. “Imponderables”, repetían los directivos del Barcelona; disponibilidad de material, falta de mano de obra calificada, trabajos no previstos, asegura el club. Después se habló de abril, de mayo, del clásico liguero, de algún partido antes de finalizar la temporada. Finalmente, un correo a los socios abonados para extender el pase de temporada en Montjuïc, y silencio.

Desde que se empezaron las obras en verano de 2023 y el viejo Camp Nou quedase reducido a caros souvenirs, la afición se ha exiliado a Montjuïc. Un traslado con consecuencias: 100 millones de euros en pérdidas anuales para el club, y una caída notable en la asistencia. Pese a los esfuerzos logísticos —3.500 plazas para motos, 2.000 para coches en la base de la montaña mágica, escaleras mecánicas y buses lanzadera cada cuatro minutos—, la media de espectadores fue de 39.843 la pasada temporada. Esta, con mejores resultados deportivos, ha subido a 45.270. Pero muchos socios aún se resisten.

“Soy socio desde hace 30 años y a Montjuïc paso de ir”, sentencia un taxista mientras se adentra en Travessera de les Corts, donde antes reinaba el bullicio de camisetas azulgranas y ahora impera el estruendo de taladros. “Hay menos turistas, algunos que van al museo y a la tienda”, continúa relatando la realidad de la zona. Y quienes más lo notan son los negocios, esos que vivían al ritmo del calendario futbolístico. “La cosa está jodida”, dice sin rodeos Juan, hijo de la propietaria de El Rellotge, bar casa de las previas de los Dracs. “Antes hacíamos previas de siete u ocho horas, con turistas que consumían a lo grande. Ahora tiramos del barrio y de los trabajadores de la obra. Muchos de ellos nos dan vida”. En números, aunque confiesa que no facturan “mal”, la caída se cifra en un 60 % o 70 %. Juan apela a la paciencia.

A escasos metros, el Frankfurt de Manel. “Nunca quisimos enfocarnos en vivir del fútbol. Muchos bares abrían solo en días de partido, algunas horas. Con la pandemia y ahora esto, muchos han cerrado. Si alguien dice que le va igual que antes, miente”, explica Manel, que asegura que no tienen pérdidas, pero tampoco los beneficios de antes: “Se nota a final de mes”. Las tiendas de souvenirs, sin embargo, han salido peor paradas. “Ingresamos un 60 % menos. No hay casi turismo. Hemos tenido que bajar los precios para poder vender”, comenta Mohamed, hijo de Abdul, propietario de una tienda de productos del Barça y dos de informática en la zona. Intentaron sin éxito obtener un permiso para abrir una parada en Montjuïc los días de partido. “Antes esperábamos el día del partido. Ahora, ni eso”, asegura. Mohamed confiesa que llegan justos para cubrir los gastos del día a día, y que se plantean cerrar alguna de las tiendas. “Pierden dinero ellos, y nosotros”, añade en referencia a la demora de las obras.

Aun así, en todos ellos persiste una esperanza obstinada: que el Camp Nou reabra sus puertas a mediados de septiembre. El Gamper, sin embargo, queda en el aire. Al club no le preocupa demasiado. Sí, en cambio, le ocupa que la fecha de regreso no se estire más allá del inicio de la próxima Liga de Campeones. Si la entidad azulgrana no logra comenzar la fase liga de la Champions en el Camp Nou, en Europa se quedará atrapada en Montjuïc hasta febrero: la UEFA no permite a un club jugar como local en dos estadios diferentes hasta que no concluya la primera etapa de la competición. Para que el Camp Nou vuelva a abrir, necesita cuatro licencias: una de la UEFA, otra de LaLiga, pero también de parte de bomberos y del Ayuntamiento.

En Les Corts, mientras tanto, se suman al optimismo de Laporta. “La esperanza es que esto explote. Como la gente venía a ver a Messi, vendrán a ver a Lamine Yamal”, asegura Juan. A la hora del almuerzo, obreros, arquitectos y técnicos llenan los bares del barrio. “Hasta 2035, nada”, bromea un trabajador a sus compañeros. “Hay mucho retraso. Con suerte, el año que viene”, responde otro; “Con ayuda de Dios, se volverá en septiembre”.

Son unos 3.000 los empleados que a diario dan forma al nuevo estadio. Pero, por ahora, su regreso es incierto. Y, mientras tanto, los vecinos resisten el estruendo, y los comerciantes, la soledad de un campo vacío. En El Rellotge, sc, socio desde hace 60 años del Barça y vecino del Camp Nou, observa el paisaje cambiante de su barrio con la serenidad de quien ya ha visto otras metamorfosis: llegó a Barcelona en 1954, cuando empezó a construirse el viejo estadio. sc no es más optimista que la gente de su alrededor con la interminable historia del Camp Nou, pero esboza una sonrisa antes de despedirse: “Todo volverá. Seguro que sí”.

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