El día en el que la capital se volvió analógica y los madrileños cenaron sardinas en lata
La ciudad vivió el apagón como una batalla por llegar a casa, donde las monedas ganaron a las tarjetas, la radio al móvil y la gasolina a la fibra óptica


Hay lunes que son más lunes que otros y el del 28 de abril de 2025 encabezará varios medalleros durante mucho tiempo. Desde las 12.32 del mediodía, la capital vivió el caos eléctrico como una guerra por la supervivencia, donde el mundo analógico se impuso a la tecnología; las monedas ganaron a las tarjetas, la radio al móvil y la gasolina a la fibra óptica. Los grupos electrógenos de gasoil salvaron operaciones quirúrgicas y permitieron abrir las puertas de ascensores con gente atrapada. Y cuando anochecía y las linternas y las velas acaparaban el protagonismo...llegó la luz.
En la calle del General Díaz Porlier el supermercado Carrefour cerró la verja principal. Una radio nacional dijo que había saqueos por la zona de Goya, así que se bajó la puerta de metal, mientras un dependiente atendía a través de la malla por donde entregaba los productos y recogía las monedas. Principalmente, los clientes eran gente mayor que vivía cerca. Casi todos se llevaban botellas de agua y algún otro, latas de sardinas y atún. “No sé, he pillado lo primero que podía hacer falta y como el papel higiénico no cabía por la verja…”, bromeaba Carmen Fuentes. Algunos locales de comida rápida echaban el cierre al quedarse sin productos, mientras tanto, la Policía Nacional, regulaba el tráfico.
“¿Qué echo de menos un día cómo hoy? Una radio”, respondía una joven que movía el dedo frenéticamente sobre el móvil. “Y un coche”, añadía su amiga. “A ver cómo llego ahora a Torrejón”, decía al final de una cola para entrar en Avenida de América que llegaba varias calles abajo.
Nada más producirse el corte eléctrico, los grandes nudos de comunicación de la capital: las estaciones como esta de Avenida de América, las de Chamartín, Atocha… comenzaron a llenarse de gente que salía del subsuelo desde vagones de metro detenidos y trenes que no iban a salir. Con maletas, maletines o carros de la compra, miles de personas llenaron las aceras y las tiendas. Las cadenas de comida rápida y supermercados cerraban parcialmente los s. En los restaurantes, grupos de cocineros vestidos todos igual esperaban en la calle con las manos cruzadas a que volviera la luz. En las pocas tiendas que estaban abiertas, sin electricidad, sin alarmas, sin cámaras, todo eran ojos para tratar de evitar robos.
El tráfico, que inicialmente gestionó con calma la ausencia de semáforos, poco a poco se iba complicando. Las plazas de Colón o Manuel Becerra se llenaban de coches, mientras que en las arterias que rodean la ciudad de la M-40 a la M-30 cerraron los túneles y la N-I se convertía en un gran estacionamiento al aire libre.
En la Avenida de América y la calle de Francisco Silvela los autobuses evacuaban gente con largas filas que esperaban para volver a llenarlos. Los que lograban subirse viajaban sin aire acondicionado en buses que avanzaban por una ciudad sin semáforos. Dentro de los mismos, cierta tranquilidad. Unos recordaban situaciones anteriores: Filomena, la pandemia… pero esto era nuevo. El apagón total.
Mientras tanto, sobre el asfalto, dos mundos se daban la mano. Por un lado, los más jóvenes movían frenéticamente el dedo sobre el teléfono y los mayores volvían a caminar con el transistor pegado a la oreja. “Barajas tiene luz, dicen que es ciberataque, el País Vasco ha vuelto la luz…”, cantaba un viejo a los que se paraban frente a él.
En el hospital de La Princesa el apagón se vivió con relativa normalidad. Los quirófanos siguieron operando con grupos electrógenos, aunque la planta de emergencias estaba parcialmente a oscuras. “Al principio crees que solo era en nuestra oficina, pero nos empezaron a llegar mensajes de Cáceres, Alicante, Zaragoza y te das cuenta de que el apagón es en toda España”, decía Carlos Moreno, empleado de una oficina de seguros. “Luego bajas a la calle y ves que todo está igual… después alguien dijo Portugal, Francia… parecía el fin del mundo”, añadía junto a la puerta de su oficina cercana al paseo de la Castellana.
Tres horas después, el metro era una especie de bestia dormida en medio de un panorama apocalíptico. Una de las bocas de la plaza de Colón seguía con las puertas abiertas. Ninguna escalera funcionaba, pero los torniquetes permitían el . Finalmente, al llegar al andén, solo había un vagón vacío con las puertas abiertas y la alarma encendida.
En la plaza de Colón todas las conversaciones se parecían: “¿Ahora cómo vuelvo a Tres Cantos”, se preguntaba una mujer, “Esto es Putin”, se oía a su compañero”, “Yo te oigo, ¿tú me oyeeeeesss?, le gritaba otro al teléfono.
A las puertas del Zara de Conde Peñalver medio centenar de personas se agolpan frente a la verja de entrada porque funciona el wifi y se ha corrido la voz. “¿Qué ha pasado?”, “¿Cuándo vuelve la luz?”, “¿Está así toda España?”, “¿Y Francia?. Preguntas y más preguntas de oficinistas y jóvenes queriendo llegar a su casa. La información era un bien tan preciado como el agua
En otras zonas de Madrid como Goya o Malasaña, el Fin del mundo llenó muchos bares y terrazas aprovechando el buen tiempo. El sol y las cervezas quitaban dramatismo a la mañana. Así que la mayor desesperación entre quienes esperaban al sol la llegada de la electricidad era encontrar unas monedas en el bolsillo o al fondo del bolso. En una de estas terrazas de la Plaza Felipe II, una radio suena sobre una mesa. Un matrimonio de ancianos come aceitunas junto al transistor, pero decenas de orejas están pendientes. El viejo asume las riendas y repite en voz alta: “Que va a hablar Sánchez, también hay luz en La Rioja, que a lo mejor es debido a una sobrecarga…”.
Hay miles de personas en la calle, pero no hay grito y la gente cede el paso. Otros esperan pacientemente el autobús y todo el mundo siguen obediente las indicaciones de la policía.
Una hora después, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aceptó declarar la emergencia nacional que había solicitado la Comunidad de Madrid, al igual que otras dos comunidades, lo que obliga a una perfecta coordinación entre Ayuso y la Delegación del Gobierno. Otro problema añadido para Madrid y aún no había vuelto la luz.
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