Los cardenales ya anticipan el choque del cónclave: seguir a Francisco o echar el freno
Emergen dos grandes corrientes, una continuista que pretende avanzar en las reformas emprendidas por el difunto Papa, y otra alarmada que quiere corregir el rumbo y poner orden

La tensión subterránea en la Iglesia es evidente. Solo han pasado cuatro días de la muerte de Francisco y ya han empezado a desplegarse los bandos a la luz del día. Antes incluso del funeral del Pontífice, se están delineando las dos grandes corrientes que se enfrentarán en el cónclave, en la primera semana de mayo, en fecha aún por concretar. Simplificando, por un lado, los cardenales que quieren seguir el camino de apertura y reformas, de una Iglesia globalizada y no eurocéntrica, abierto por Francisco; y por otro, quienes han vivido mal este pontificado y desean echar un freno. Quien cree, en definitiva, que esto solo ha sido el inicio de un viaje aún muy largo que es el único futuro de la Iglesia, y quien piensa lo contrario, que ya se ha ido demasiado lejos y se debe echar el freno para corregir errores, para que este último mandato quede como un paréntesis a olvidar.
Frente a la prudencia que precedió a los cónclaves de 2005 y 2013, esta vez algunos cardenales ya están haciendo declaraciones inequívocas en un debate, por lo demás, muy candente estos 12 años. Por ejemplo, ha hablado el cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, de 82 años y que, por tanto, ya no participa en el cónclave, por tener más de 80. Fue en 2013 uno de los artífices de la elección de Francisco, y sigue siendo una voz respetada en la Iglesia latinoamericana, que tiene 21 cardenales en el cónclave, la mayoría en la línea del Pontífice fallecido. “Mi mayor esperanza es que podamos continuar el buen trabajo que ha realizado el papa Francisco. He leído muchos comentarios en estos días, pero pocos hablan del corazón de la reforma de este pontificado: la sinodalidad”, ha comentado a La Stampa.
Precisamente esa cuestión, término que puede sonar arcano a los no iniciados y que significa la búsqueda de una mayor participación de todos los creyentes en el gobierno de la Iglesia, incluidos mujeres y laicos, es vista como un despropósito por el sector más conservador. Lo ven como una deriva asamblearia, una peligrosa democratización de la Iglesia que solo está desestabilizando la institución y creando caos. También les horrorizan cosas como la que ha dicho el cardenal de Luxemburgo, Jean-Claude Hollerich, otro afín a Jorge Mario Bergoglio, en otra entrevista: hay que buscar un Papa que vea Netflix para saber comunicar con los jóvenes. “Espero que los cardenales comprendan que el mundo se mueve a una velocidad sideral”, advierte a quien quiere dar marcha atrás.

Del otro lado, uno de los referentes del bando más conservador, el cardenal Gerard Ludwig Müller, exprefecto de Doctrina de la Fe liquidado por Francisco en 2017, ha sido muy directo en declaraciones a La Repubblica: “Se ha cerrado un capítulo en la historia de la Iglesia”. Sobre el tema concreto de la sinodalidad, ya ha dicho que para él las reuniones que ha organizado Francisco estos años son simples “simposios”. “No es un sínodo, no es una expresión del magisterio de la Iglesia (…). Los obispos tienen una autoridad que no se puede confundir con la posibilidad de todos los bautizados de hablar”. Con mano izquierda, ha dicho que el juicio de las personas es de Dios, pero que se pueden tener opiniones sobre el pontificado, y él ha dejado clara la suya: Francisco ha sido demasiado “ambiguo” sobre las mujeres, los homosexuales, las relaciones con el islam, con China y flojo en rigor doctrinal. “Con Benedicto XVI hemos tenido una claridad teológica perfecta, pero cada uno tiene su carisma y sus capacidades y creo que el papa Francisco lo tenía más en la dimensión social”. Traducido, que el serio era Ratzinger y Bergoglio patinaba en las cuestiones delicadas, una crítica constante de este sector durante estos años, con cierto desdén erudito.
Críticas de confusión doctrinal
La idea de este ámbito de la Iglesia, con un foco potente de influencia en la derecha ultraconservadora de EE UU y cardenales como Burke y Dolan, es que Francisco ha sido errático en el Gobierno ―ha relegado la Curia y el aparato diplomático, yendo por libre― y en las normas canónicas, con episodios que han creado confusión doctrinal. En estos años ha habido varios enfrentamientos abiertos, insólitos en décadas, en forma de cartas firmadas por varios cardenales para hacer objeciones canónicas al Papa. La primera, interna pero que se filtró, fue en octubre de 2015 de 13 purpurados (se identificó a 11, Caffarra, Collins, Dolan, Eijk, Müller, Fox Napier, Pell, Sarah, Urosa Savino, Di Nardo, Njue). Estaban alarmados por cómo se estaba organizando el sínodo, porque les parecía “configurado para facilitar resultados predeterminados sobre importantes cuestiones controvertidas”.

En septiembre de 2016, otros cuatro cardenales (Brandmüller, Burke, Caffarra, Meisner) enviaron preguntas con sus dudas sobre la decisión de permitir la comunión a las personas divorciadas que se han vuelto a casar y le instaban a contestar. Francisco ni respondió. En 2023, volvieron a la carga otros cinco (Brandmüller, Burke, Sandoval Íñiguez, Sarah y Zen Ze-kiun), cuestionando la bendición de parejas homosexuales, la sinodalidad y la posibilidad de ordenar mujeres. Esta vez el Papa sí contestó.
Se calcula que en torno a este grupo, el sector más conservador que ahora ve la ocasión de elegir un papa que rectifique el rumbo, se aglutinan al menos una veintena de cardenales. Una minoría frente a los más fieles a Francisco, que se estima en cerca de la mitad de los 133 electores, casi todos nombrados por él a lo largo de estos años, pues ha designado al 79%. Pesa, no obstante, la mayoría necesaria de dos tercios, que equivale a 89 votos, y será necesario un compromiso y el apoyo de los prelados que se consideran moderados.

Este cuadro complejo es la razón por la que se cita como uno de los favoritos al secretario de Estado, Pietro Parolin, diplomático bregado y considerado una figura a medio camino entre Francisco y sus oponentes, porque le ha sido fiel, es progresista, pero ha mantenido distancia en algunas cuestiones. O también se habla de candidatos más conservadores pero no europeos, con una visión distinta desde otro continente. En todo caso, aunque haya diferentes visiones, primará el deseo de unidad, un cisma es el más íntimo temor de la jerarquía eclesiástica.
Que se ha abierto el fuego se deduce también de lo ocurrido este jueves en la tercera reunión de cardenales, las llamadas congregaciones generales. Han participado 113 que ya están en Roma, de un total de 252 entre electores y no electores. Pero por primera vez el Vaticano ha especificado que se han producido 34 intervenciones. Quiere decir que el debate ya ha comenzado. “Han empezado las conversaciones sobre la Iglesia y el mundo”, ha resumido la sala de prensa del Vaticano. Aunque algún purpurado, como el obispo emérito de Hong Kong, Joseph Zen Ze-kiun, 93 años, se ha quejado de que las asambleas hayan empezado tan rápido, sin esperar a que lleguen todos. El que más tardará, probablemente, es el arzobispo de Wellington, Nueva Zelanda, John Atcherley Dew, 77 años, que tiene casi 40 horas de vuelo con varios transbordos.
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