Carta a mi hijo con discapacidad: el renacer de la convicción infantil de ser un superhéroe capaz de arreglarlo todo
Cuando enfermaste me sentí como si tuviera poderes, estaba convencido de que triunfaría donde otros habían fracasado. La realidad es que no tardé en darme cuenta de que la situación me sobrepasaba


Querido Alvarete,
Cuando era pequeño estaba obsesionado con Spiderman, era mi superhéroe favorito. Tal vez porque lo veía más real que al resto de superhéroes. Llámame loco, pero pensaba que era más factible que te picara una araña radioactiva y te convirtieras en un superhombre que nacer directamente con superpoderes. Ese fanatismo me llevó a idear una de las aventuras más absurdas de mi vida. Convencí a un amigo para que se disfrazara de Superman, mientras que yo lo hacía de Spiderman, y que se lanzara conmigo por la ventana. No fue difícil de convencer, nos creíamos invencibles dentro de esos trajes. El resultado fue que mi amigo acabó con la pierna rota y yo, por alguna suerte que desconozco, acabé sin ningún rasguño. Cuando él estaba retorciéndose de dolor, lo miré y le dije: “Ves, te lo dije, yo sí que soy Spiderman y tú está claro que no eres Superman”.
Cuando tu abuela llegó y vio el panorama, tuve la sensación de que me castigó para el resto de mis días… O, al menos, eso es lo que sentí mientras recibía toda la fuerza de su mirada. En ese momento, me di cuenta de que, a pesar de que no me había pasado nada, yo no era un superhéroe. Desde luego, ella parecía tener más poderes que yo. Y, sin embargo, años después, esa absurda idea de que podía salvar el día volvió a apoderarse de mí. Cuando enfermaste, tuve esa misma convicción infantil de que podría ser un héroe capaz de arreglarlo todo. Pensé que encontraría una solución a tu enfermedad. Me sentí como si tuviera superpoderes, estaba convencido de que triunfaría donde otros habían fracasado, pero la realidad es que no tardé muchos días en darme cuenta de que la situación me sobrepasaba. Esta vez, podría decirse que el que se rompió la pierna, o más bien las dos, fui yo.
Durante tu enfermedad ha habido momentos en los que el cansancio me ha sobrepasado y, como consecuencia de ello, he tomado decisiones equivocadas o, incluso, he tenido gestos que me pesan profundamente. Todas esas derrotas las llevo marcadas profundamente en mi alma, y saber que no siempre he estado a la altura es una carga que llevo conmigo. Creo que nadie me juzga tan duramente como lo hago yo a mí mismo.
Siempre digo lo mismo: tener un hijo enfermo, con una discapacidad o con cualquier otro problema, no te hace diferente a lo que eras. Si eras una buena persona, lo seguirás siendo; si eras una mala persona, también. Quizá lo que sí puede hacer es que potencie o acabe de definir lo que eres. Lo mismo pasa con la fortaleza, con la paciencia y con tantas otras virtudes. Tienes las que tienes y la situación te puede ayudar a acabar de potenciarlas, pero, como dice el refranero, “no hay más leña que la que arde”.
Hay veces que nos empeñamos en ser más de lo que realmente somos y abarcar más de lo que podemos. Al final, cuando actuamos de esta manera, que no deja de ser egoísta, acaba siempre de la misma forma: cometiendo un error más. Es como el portero que no asume que tiene la mano rota y se empeña en salir a jugar. Inicialmente, estará ahí presente y podrá parecer que está haciendo su trabajo, pero en el momento en el que tenga que intervenir se le verán todas sus deficiencias y habrá sido peor el remedio que la enfermedad.
Me gustaría creer que sigo siendo como aquel niño que soñaba con poder volar sujetado solo por una telaraña. Quizá, para eso, primero tenga que aprender a juzgar mis propios errores con una mirada más compasiva. De esta manera, me liberaría de las ataduras que me impiden entregarme enteramente a ti. Puede que sea tan fácil como aceptar mi condición humana y mi fragilidad. Ser más benévolo conmigo mismo y buscar ese descanso sin remordimientos, ese pasarlo bien sin culpa, para que así tenga la fuerza necesaria para estar a la altura de las circunstancias, para no volver a fallarte a ti ni a mí mismo y, si lo hago, aprender rápidamente a perdonarme para seguir el camino sin dilación.
Hace tiempo que he dejado de hacer tantas cosas que creía que me hacían feliz que mis prioridades distan mucho de ser las que tenía. Esa búsqueda de la verdad, del sentido de la vida, es la que me ha apartado de mi viaje preestablecido y, aunque a veces no lo entienda, no puedo estar más que agradecido.
Simone Weil, filósofa, activista política y mística sa, decía que los seres humanos inevitablemente estamos dominados por la gravedad, esa fuerza que nos hunde hacia lo peor de nosotros mismos, hacia nuestras limitaciones y egoísmos. Pero también decía que existe la gracia, una fuerza contraria que nos eleva y nos permite trascender de nuestras ataduras. Para alcanzarla, debemos renunciar al apego a lo mundano y aceptar nuestra fragilidad. Espero algún día ser digno de esa gracia que me permita convertirme en el Spiderman que siempre te proteja.
Te quiero.
Papá.
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