Las tres enseñanzas del papa Francisco
Ningún otro Pontífice había vuelto a proponer con semejante ímpetu, lucidez y pasión el mensaje evangélico

En estos tiempos oscuros y tristes, nadie como el papa Francisco ha encarnado la conciencia moral e intelectual de toda la humanidad. Antes de él, ningún otro Papa había vuelto a proponer con semejante ímpetu, lucidez y pasión el mensaje evangélico, denunciando todos los grandes desafíos y catástrofes de los que depende el futuro de la humanidad: las terribles y crecientes desigualdades globales y sociales, el horror de las guerras, las agresiones que un capitalismo salvaje y depredador acarrean a nuestro ambiente natural.
En primer lugar, las desigualdades. En su encíclica Fratelli tutti del 3 de octubre de 2020, el papa Francisco recordó los valores de la fraternidad universal, de la solidaridad y de la dignidad pareja de todos los seres humanos, violentamente dañados por el crecimiento exponencial de las grandes riquezas y de la pobreza sin fin. Es en la figura de los migrantes donde identifica Francisco en nuestros días a las víctimas más emblemáticas de nuestras políticas inhumanas, que han dividido al género humano en dos: una humanidad que viaja libremente por el mundo, por turismo o por negocios, y otra humanidad, la de los sumergidos y excluidos, obligados por el hambre o las guerras a terribles odiseas, hasta el punto de arriesgar sus vidas para llegar a nuestros países donde su destino es la detención ilegítima o la explotación racista como no-personas. Una vergüenza que el papa Francisco nunca se cansó de denunciar. Su visita a Lampedusa en julio de 2013, con la que inauguró su pontificado, fue un acto de acusación contra nuestros gobiernos que, como dijo en su homilía, transforman “un camino de esperanza” en “un camino de muerte”. Y fue también una severa condena a la “globalización de la indiferencia, que nos ha quitado la capacidad de llorar”.
En segundo lugar, las guerras, con su “poder destructivo fuera de control que afecta”, como escribió en Fratelli tutti especialmente “a civiles inocentes”. “Toda guerra”, añadió, “es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal”. A los jefes de Estado y de Gobierno que hoy celebran su fallecimiento habríamos de recordarles sus últimas palabras, pronunciadas el pasado domingo en la bendición urbi et orbi: “no hay paz posible sin desarme”. Este es, en efecto, la única garantía de la paz. Sin armas, las guerras resultarían imposibles, el poder de las organizaciones criminales cesaría y el medio millón de asesinatos que se producen cada año en el mundo se derrumbaría. Por eso recuerdo con enorme emoción el mensaje que el papa Francisco envió a la conferencia contra las guerras, promovida por nuestra Constituyente Tierra el 23 de mayo del año pasado. En ella afirmó que el principio de paz, enunciado en muchos documentos internacionales, “es verdaderamente útil en la medida en que es eficaz y produce cambios en la realidad del mundo” como lo serían, precisamente, proscribir la producción y el comercio de toda clase de armas, la disolución de las actuales empresas productoras de muerte, en definitiva, el desarme global y total. Expresando su aprecio por el “proyecto de una Constitución de la Tierra”, el papa Francisco nos escribió, hablando del desarme y de las garantías de los derechos humanos, que “nadie puede sentirse ajeno a lo que sucede en nuestra casa común. Es aquí donde la ley debe aplicarse y hacerse efectiva, diferenciándose de las meras declaraciones de principio”.
Y, por último, la cuestión ecológica, a la que está dedicada la que quizá sea la más hermosa y célebre encíclica del papa Francisco, Laudato si’ del 24 de mayo de 2015. “El desafío ambiental” es concebido en este texto como factor de unificación de la humanidad y fuente de una “nueva solidaridad”, ya que “sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”. Pero este desafío surge precisamente de la irresponsable carencia de solidaridad: “Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año: residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”. Todo esto, escribe el papa Francisco, se debe al hecho de que “la economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano”. No solo eso. “La energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien”. Muy al contrario, es razonable suponer que lo usará muy mal, aunque solo sea, escribe Francisco, a causa de la ilusión dominante de “un crecimiento infinito o ilimitado”, que “supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a estrujarlo hasta el límite y más allá del límite”.
Ahora esta voz revolucionaria se ha apagado, generando un profundo dolor entre creyentes y no creyentes y dejando un enorme vacío entre todas las filas de los defensores de los derechos humanos, de la paz y de la naturaleza. Sin embargo, sus enseñanzas son un legado precioso para todos, y su defensa y puesta en práctica son el mejor homenaje que podemos rendir a su memoria.
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