Lo mucho cansa, dijo el pastor
A punto están los publicistas de crear un anuncio en el que personas como usted y como yo, que aún no hemos incorporado la IA a nuestras vidas, quedemos como ignorantes


Mediados de los noventa. Un coche llega hasta la cabaña de un pastor en mitad del monte, y el pastor trata de ponerse al día preguntando al intruso si es verdad que Ruiz-Mateos va vestido de Superman y anda en busca de un ministro que se ha liado con una china. El anuncio conectó con todos los temas del momento: el superministro, Hacienda, Rumasa y el inesperado vuelco salsero en la vida de un político. Se trataba de vender un coche que accedía allá donde la civilización jamás llega, pero quien logró una inesperada celebridad fue aquel paisano, Jesús García, que acabó hasta las narices de turistas que le buscaban en su rincón de Guadalajara para hacerse fotos con quien había asegurado no quitarse la boina ni para dormir. “Lo mucho cansa”, dijo sentenciosamente. En esas tres palabras estaba contenida la esencia de la filosofía franciscana: entre la mirada larga del que contempla el cielo y la corta del que ve la tele, se quedaba con la de siempre.
El anuncio era ingenioso, sin duda, aunque el mensaje fuera el mismo que hoy se sigue usando para convencernos de que cualquier invento tecnológico nos lleva más allá de donde nuestra mente alcanza. El pastor García nos representa. A punto están los publicistas de inventarse un spot en el que personas como usted y como yo, que aún no hemos incorporado la inteligencia artificial (IA) a nuestras vidas, quedemos como ignorantes. O como catetos, palabra que ya nadie pronuncia, pero que muchos piensan en nuestra misma cara.
De los coches hemos disfrutado tanto de la accesibilidad como conocido su reverso maléfico, pero hoy andamos jugueteando con este seductor entretenimiento sin saber muy bien de qué manera cambiará nuestras vidas y quién pagará las consecuencias. Mientras las empresas instan a sus empleados a hacer cursillos con la nueva herramienta con la excusa de que no se puede ir a ciegas por el mundo, los aguafiestas sospechamos que en realidad nos hacen formar parte activa de la mayor reconversión jamás vista o del abaratamiento del trabajo. Mientras ya hay programadores, correctores, diseñadores, traductores, dibujantes, músicos y otros tantos oficios que están viendo cómo sus honorarios de autónomos descienden, desde nuestras casas disfrutamos del invento como si un ser superior hubiera tenido el detalle de ofrecérnoslo gratis. Pedimos a la máquina que nos sirva felicitaciones de Navidad al modo Ghibli o de los Simpson y el dios todopoderoso nos lo concede, como nos concede también una canción de cumpleaños mágicamente personalizada solo con introducir unos datos del homenajeado. Vas a un coloquio de desarrollo sostenible y la presentadora, inocente y voluntariosa, te enseña lo bien que le ha diseñado el guion la IA. Escuchas en la radio un sorprendente concurso en el que se pide a los oyentes que distingan entre canciones IA y canciones humanas y, como son todas igualmente bobas, resultan indiferenciables, porque a la IA todavía le cuesta tener el talento de Bob Dylan. Pero todo llegará.
Ahora mismo, esos centros de datos que nos roban el agua están engullendo lo que escribimos, lo que dibujamos y cantamos, lo que dicta el experto tras años de estudio, y más pronto que tarde nos devolverá nuestra voz cada vez más perfeccionada hasta que algunos oficios se resuman en alimentar a la bestia sin recibir derechos de autor. Y a quien advierta de los peligros de esta invasión feroz contra la mente humana los papanatas de la tecnología le tildarán de ignorante. Habrá pronto chistes y anuncios en los que usted y yo sustituiremos al pastor del coche. Alguien advertirá que una sola consulta de ChatGPT consume 10 veces más que una búsqueda en la Red y que para mantener ese dispendio habrá que contar con todas las energías posibles, sin reparos ideológicos, de la nuclear a la eólica, pero entonces será casi imposible desenganchar a una población abducida por un dios tan generoso que le ha dado de todo menos un abrazo.
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