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“El planeta ya no puede con el volumen de ropa que se desecha”: cómo la moda debe aplicar ya la economía del decrecimiento

Aunque el discurso de la sostenibilidad presente soluciones, son insuficientes. Nada cambiará si se sigue produciendo mucho más de lo que se consume

Ropa desechada

En el desierto de Atacama (Chile) se arrojan de media 39.000 toneladas de ropa al año. En Acra, la capital de Ghana, lo contabilizan al día: 100 toneladas cada 24 horas, el equivalente al peso de unos 65 coches. Son los dos principales vertederos textiles del mundo: el sur global convive con los miles de millones de prendas que se desechan en el norte. Montañas y montañas que provocan desastres ambientales en el entorno y enfermedades en la población. “La historia comienza cuando una marca de ropa de primera mano decide incorporar novedades y retirar de las tiendas lo que no se ha vendido, incluyendo las devoluciones. Los minoristas tienen distintas políticas en términos de reposición de lo devuelto, muchas prendas no volverán a entrar en el circuito de venta”, cuentan desde The Or Foundation, una asociación que trabaja en los vertederos de Ghana intentando buscar una segunda vida a ciertas piezas, ya sea donándolas, convirtiéndolas en otros textiles o reintroduciéndolas en el mercado de segunda mano. Pero, obviamente, no es suficiente. “El problema no tiene que ver con qué es orgánico y qué no es orgánico; simplemente hay demasiada ropa”, dicen. Un reportaje reciente de The Wall Street Journal estima que solo en Estados Unidos se distribuyen un millón de paquetes de Shein al día. Según The World Economic Forum, se producen alrededor de 150 billones de prendas al año. Teniendo en cuenta que en el mundo hay unos 8.000 millones de habitantes, si el reparto fuera igualitario, cada uno tendría 187 prendas anuales nuevas en su armario. En 2022, The Or Foundation redactó un extenso informe, Waste Landscape (Paisaje del residuo), que ofrece algunos datos reveladores, como el hecho de que hay empresas encargadas de transportar el sobrante de algunas marcas de ropa a estos vertederos, y muchas incluyen acuerdos para que dichos sobrantes no puedan ser vendidos en el mercado de la segunda mano.

Por supuesto, no es exclusivo de la moda. Cada vez son más las voces que señalan la necesidad de buscar otros modelos económicos y ya no solo frenar el ritmo, sino reducirlo, decrecer. Para algunos el decrecimiento es pensamiento mágico; para otros, una solución inevitable en un mundo de recursos finitos. Hasta la reina Letizia, en la apertura de un seminario sobre desarrollo sostenible, se interesaba a finales de 2023 por esta teoría que en España defiende Antonio Turiel, investigador del CSIC: “Si se quiere seguir creciendo económicamente, el consumo de materiales y de energía tiene que crecer, aquí o en el lugar al que hayamos deslocalizado la fábrica que nos suministra”, escribe junto a Juan Bordera en ¿El fin de las estaciones? “Pero resulta que la disponibilidad de energía en este planeta es finita y que las fuentes de energía no renovables que nos proporcionan casi el 90% de nuestro consumo de energía primaria, han tocado techo”, dice.

La idea en un primer momento choca con la propia noción de moda, que basa su identidad en el cambio constante y su beneficio, en el crecimiento. Pero los límites físicos del mundo y de sus recursos se imponen. “La evidencia nos dice que los intentos que hemos hecho en los últimos 30 años para reducir el impacto ambiental de la moda no están funcionando; de hecho, ese impacto solo ha aumenta”, explica a S Moda Kate Fletcher, profesora en la Royal Danish Academy y creadora, allá por 2007, del término y la filosofía slow fashion. “Hay un impulso subyacente en el sector orientado hacia el crecimiento, aumentar la producción indefinidamente y así lograr que la gente compre más. Este crecimiento es tan rápido que ninguna medida medioambiental puede mitigar sus efectos. Por eso necesitamos otra aproximación a la moda y eso es lo que ofrece el decrecimiento”, opina. Aja Barber, activista y autora del ensayo

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