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El gobierno sin fin del Barcelona de balonmano en España

Aunque retrasó el alirón tras dos tropiezos seguidos sin precedentes desde la 2009-2010, el equipo azulgrana conquista su 15ª liga consecutiva y afronta ahora los cuartos de la Champions ante el Szeged húngaro

FC Barcelona de balonmano
Jordi Quixano

Pasan los años, desfilan los jugadores y hasta los técnicos, cambian los rivales, las pelotas y las marcas patrocinadoras, pero siempre se da la misma constante en el Palau, pues el Barcelona canta una y otra vez el alirón. Puede que en esta ocasión le haya costado más de la cuenta después de digerir dos tropiezos insospechados —frente al Granollers y el Valladolid—, dos batacazos que por extraños e inusitados, ponen la incertidumbre en el futuro inmediato azulgrana, ahora centrado en los cuartos de final de la Champions que se dirimirán en las próximas dos semanas, escala obligatoria para alcanzar la Final Four de Colonia. Se batirá con el Pick Szeged húngaro, verdugo del potente PSG y contrincante del Barça en la fase previa, con una victoria pírrica en el Palau (31-30) y un empate en Szeged (29-29). Si bien ya se verá que sucede con ese laurel, la liga vuelve a tener nombre y apellido, pues el equipo superó al Anaitasuna (39-25) para decir sanseacabó, para festejar 15 entorchados consecutivos, el número 32 de la historia, muy lejos ya de los 13 del Granollers y 11 del Atlético de Madrid.

La historia moderna de este Barça comenzó en febrero de 2009, cuando Xavi Pascual cogió al equipo después de la etapa de Xesco Espar y tras la infructuosa metamorfosis de Manolo Cadenas, que no logró adaptarse a la entidad ni revertir la caída de un equipo que estuvo cinco años sin saborear la liga. Tras un curso en el que se llevó un botín de la Supercopa, la Copa Asobal y la Copa del Rey, Pascual configuró el equipo a su antojo, con la llegada de Raúl Entrerríos, Sjostrand y Sorahindo, además de Sarmiento, Saric, Igropulo y Rutenka, que ya estaban, y logró en 2011 su primera Liga. “No es el final del camino, sino que esperamos que sea el inicio”, reflexionó entonces el entrenador. Palabras que cogieron peso y razón, pues desde entonces el Barça —11 títulos de carrerilla y ahora cuatro con Carlos Ortega en el banquillo— se ha impuesto siempre en la competición de forma abrasiva, al punto que no es extraño que no pierda partido alguno.

Al contrario que en el curso anterior, el Barça ha padecido muchos reveses en forma de lesión, algo que desde el club señalan como lógico por ser una temporada postolímpica y por la carga de partidos. Dika Mem, Aleix Gómez, Hampus Wanne… Pero el club, saludable desde la raíz porque tiene cedidos a jóvenes promesas como Ian Barrufet (Melsungen alemán), Djordje Cikusa (Montpellier francés) y Oriol Zarzuela (Logroño), ha logrado sacar a juveniles como Adrián Solà, Miguel Martín, Manu Ortega, Oriol San Felipe, Óscar Grau, Pol Quiroga y el portero Filip Saric, que ya forma parte del primer equipo tras la rotura de ligamentos de Gonzalo Pérez de Vargas, que se marchará al acabar el ejercicio. No será el único, pues también enfilarán por la pasarela de salida Aitor Ariño —el único que ha estado en las 15 ligas, por más que en las primeras todavía perteneciera al filial—, Jaime Gallego, Wanne, Palomino y Petrus, que acaba contrato, además de Melvin Richardson, que era el único que querían que siguiera junto a Pérez de Vargas. A cambio, llegarán los extremos Dani Fernández (regresa a casa del Stuttgart alemán) y Seif Elderaa (Limoges francés), el portero Viktor Hallgrimsson (Wilsa Plock polaco) y el pívot Ludovic Fàbregas (que vuelve al club tras su paso por el Veszprem húngaro). Volverán también Barrufet y Cikusa.

Todos ellos tratarán de adaptarse al balonmano continuista de Ortega, cómodo con la defensa fuerte y las transiciones rápidas, aunque también muy coral con el ataque en estático, un juego contrario al que el Magdeburgo alemán está poniendo de moda en Europa con el físico uno a uno. Pero la ley, por ahora, la impone el Barça, capaz también de superar el denominado grupo de la muerte en la Champions —se midió, entre otros y tras el título europeo azulgrana del curso anterior, ante los pasados campeones y subcampeones de Europa (Magdeburgo y Kielce)—, con dos partidos de antelación. Próxima parada: el Szeged húngaro.

Desde el club aceptan que las derrotas ligueras han supuesto un revés inesperado, pero también explican, remarcan, el valor que tiene conseguir la competición un año tras otro. Y niegan, sin embargo, que al equipo le falte voracidad o tono competitivo, que más bien puede ser la relajación de saberse campeón antes de tiempo. Pero desde el curso 2009-2010 no se daban dos batacazos seguidos, una advertencia de que solo con talento no basta. Y menos en Europa, donde el cetro anda de lo más caro. Pero el técnico Ortega y su staff confían en el compromiso y el balonmano de sus jugadores. Con las paradas de Nielsen bajo palos, señalado como el mejor portero del mundo en la actualidad, bajo la dirección del capitán Dika Mem y la guindilla de N’Guessan y Janc, además de la eclosión de Petar Cikusa y la confirmación de Luis Frade, el equipo aspira a repetir éxito en Europa. Eso ya se verá. Pero lo que tiene claro es que, con algún tropiezo de más, la Liga vuelve a ser suya. También se llevó la Supercopa de Catalunya y la Supercopa Ibérica, la Copa de España y la Liga Asobal. Son constantes que nunca fallan porque en España no hay quien le tosa al Barça, toda vez que no pierden un trofeo nacional desde la Copa del Rey de 2013. Un gobierno sin fin.

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Sobre la firma

Jordi Quixano
Redactor de Deportes en EL PAÍS desde 2003. Licenciado en la Universidad Ramon Llull. Ha cubierto una Eurocopa, un Mundial y varias Vueltas a España, además de llevar durante años la información del Barcelona, también del Atlético y ahora de polideportivo.
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