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Woodys, las gafas que salieron del fondo de un pantano

La firma que empezó con monturas flotantes vende en 75 países

Gafa Woodys, marca presente en 75 países.

La historia de Woodys, que factura más de 18 millones con gafas que han reposado en rostros tan famosos como el de Natalie Portman o Taylor Swift, empezó cuando su fundador, Josep Dosta, perdió sus lentes en el fondo del pantano en el que practicaba esquí acuático, deporte del que fue dos veces campeón de Europa. Fue hace más de 10 años. Por aquel entonces trabajaba en una empresa que hacía complementos para Inditex que no iba muy bien y buscaba nuevos productos. Al ver cómo se hundían, pensó que unas gafas que flotasen podían ser una opción para cierto público, e hicieron una pequeña colección en madera. “El problema es que se nos rompían”, recuerda. La solución la encontró bajo sus pies: “Me di cuenta de que las tablas de wakeboard y skateboard están hechas con madera laminada mucho más resistente, y empezamos a hacer gafas recicladas de tablas de skateboard”.

Con las monturas bajo el brazo llamaron a la puerta de diferentes marcas, pero su coste era mayor de lo que estaban dispuestas a pagar. La empresa acabó cerrando y Dosta soñaba con mudarse a Australia, pero con 23 años, sin un duro, buscó un plan B. Cuando le pidió ayuda para emprender, su padre le prestó 12.000 euros: “Y con los 12.000 euros hice una pequeña producción”. Así, Woodys dio sus primeros pasos en 2013, apoyándose también en amigos y familiares que echaron una mano con, por ejemplo, el logo, la web y las fotos.

Josep Dosta, fundador.

Fueron de óptica en óptica sin éxito hasta que una se interesó en lo que hacían y les recomendó exponer en una feria en París. Prepararon una línea “muy muy loca” y se montaron en una caravana en dirección a la capital sa. A la vuelta, su padre le prestó 40.000 euros más. “Y después me dijo: ‘Ahora ve al banco”, rememora Dosta, formado en comercio internacional. Sin sueldo ni muchos fondos, se hizo con un pequeño ejército de becarios. “Llegué a tener 12”, comenta. A final del año, las cuentas habían cambiado: “Me senté con mi padre, miré los números y había facturado como 600.000 euros. Además, con un margen espectacular porque, claro, no había gastos”.

La compañía siguió creciendo con sus monturas de madera durante tres años, hasta que esta moda empezó a desinflarse. Esto, sumado a las complejidades que conllevaba trabajar con este material, los llevó a cambiarlo por acetato y metal. “Creo que fue la decisión más complicada que tomó la empresa”, asegura este vicense de 35 años. “Y al hacer el cambio volvimos a crecer mucho”. Para el fundador, fracasar no era una opción: había sido mal estudiante y aquel proyecto era una manera de demostrar su capacidad frente al futuro gris que le habían augurado. “Lo di todo”, dice, “durante seis o siete años, mi vida fue 100% la empresa”.

La historia de la marca, su estrategia de marketing y sus diseños llamativos contribuyeron a que el mercado conectase con ella. “Cuando cambié de la madera al acetato, me di cuenta de que en las ópticas el 90% de las gafas eran negras, habanas [sin colección], de formas básicas. Todo muy clásico y aburrido”, dice Dosta. Hoy, sus monturas están disponibles en 75 países: “Vendemos con comerciales y vendemos al óptico independiente de nivel medio, medio-alto”. El 90% de su negocio proviene del extranjero, y Francia, Alemania y Estados Unidos se encuentran entre sus principales plazas. Pero España ha ganado fuerza y ahora es un mercado en crecimiento para la marca. La compañía, en la que trabajan unas 60 personas y que es rentable desde el primer día, ha presentado este año una línea nueva, de gama más alta, y busca seguir mejorando su calidad y crear un “mundo Woodys” más allá de las gafas.

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