Regresa ‘El Cartel’, el periódico dibujado y nacido en Malasaña que hace que las paredes opinen
El proyecto nació en 1998 y se mantuvo activo hasta 2013. Ahora, con el mismo formato, mismo lenguaje, misma fórmula creativa e idéntico espíritu contestatario, está de vuelta

A finales del siglo pasado, cuando aún los periódicos se consumían impresos en papel, en ciertas zonas del centro de Madrid sus vecinos podían encontrarse gratis con uno muy especial: un periódico gráfico que, a razón de cuatro o cinco números anuales, lograba que las paredes hablaran. Entre un fanzine y la viñeta de un diario, pegado en los muros con nocturnidad y alevosía, El Cartel nació en 1998 en Malasaña, autofinanciado y con tiradas de 500 ejemplares, para reivindicar la calle como espacio público de opinión. Lo hizo de la mano de los dibujantes Olaf, Mutis, Eneko y César Fernández Arias, a los que pronto se les unirían los ilustradores Jaques Le Biscuit y Pepe Medina.
Con idas y venidas en la formación, el proyecto se mantuvo activo con regularidad hasta el año 2013, fecha en la que entró en un letargo raramente interrumpido. Aquel ciclo se cerró empaquetando los 50 números de vida que alcanzaron en un libro, ante la diáspora vital de sus responsables. Ahora, con el mismo formato, mismo lenguaje, misma fórmula creativa e idéntico espíritu contestatario, El Cartel está de vuelta.

Fue la prematura muerte en 2023 de César Férnandez Arias, uno de sus , la que hizo que los hacedores de esta publicación se reunieran de nuevo para hacerle un número de homenaje. De aquel reencuentro surge la presente etapa, que quedó inaugurada a finales del pasado año con Número Desgazado, un ejemplar que denuncia el “genocidio” palestino en Gaza y que acaba de tener continuidad con Número Contaminado, novedad que pone el foco en la salud del planeta y que ya salpica las paredes de Malasaña a la espera de, pasada la Semana Santa, aparecer en otras zonas de la ciudad como Lavapiés, Tetuán y Carabanchel.
“Con el número dedicado a César nos reencontramos como grupo y nos dimos cuenta de lo divertido que era volver a las andadas y de lo mucho que aún teníamos que decir, así que decidimos hacer un cartel sobre Gaza y hemos cogido ritmo, por lo que estamos decididos a volver a nuestra frecuencia de antaño y sacar novedades cada tres meses”, comenta Jaques Le Biscuit en nombre del colectivo.
Los números de El Cartel parten de un informal consejo de redacción en el que los integrantes del grupo seleccionan el tema sobre el que van a trabajar. Luego, cada uno se lanza a dibujar por separado, siendo la posterior maquetación la que acopla las individualidades para que sean parte de un mismo todo que queda listo para ser impreso y pegado en las calles. “Por su componente gráfico, y porque no saben cómo catalogarnos, muchas veces se nos ha considerado una propuesta artística, pero lo que hacemos es un periódico con espíritu crítico. Partiendo de esa base, abordamos dos tipos de temas: los de la actualidad que nos saca de quicio y nos activa y otros más generales y atemporales”, explica Le Biscuit. “Entre los primeros, a lo largo de nuestra trayectoria hemos dedicado números a guerras como las de Kosovo, Irak y Gaza, por ejemplo. Entre los del segundo tipo: fútbol, toros, Familia Real, música, iglesia, violencia machista, capitalismo, gentrificación, el precio de la vivienda, los accidentes laborales…”, agrega.
Los integrantes de este atípico periódico han colaborado y trabajado de forma individual en numerosos medios de comunicación a lo largo de su vida. “Profesionalmente, somos dibujantes, humoristas gráficos e ilustradores con jefes que, habitualmente, nos dicen lo que debemos hacer, pero en El Cartel decidimos nosotros y como periódico mural de un país en el que hay libertad de expresión hablamos sobre lo que queremos”, aseguran, orgullosos de una independencia que se pueden permitir a cambio de los poco más de 150 euros que les cuesta la producción de cada nuevo número.
Para Olaf, El Cartel es “un medio marginal” hecho por amor al arte y por la necesidad de sentirse “en forma como dibujantes”, mientras que para Mutis es “prensa fuera de la prensa, un periódico gráfico, que no de humor gráfico”, en el que participa como acto de militancia frente a lo que sucede a su alrededor.
El primer El Cartel surgió de forma no premeditada. Fue una respuesta visceral ante los carteles con textos fascistas que estos dibujantes comprobaron que, de tanto en tanto, inundaban la Malasaña finisecular en la que vivían. Fue Olaf el que lo puso en marcha: “Yo veía que la gente se paraba a leer aquellos panfletos, que después descubrí que los hacía un grupo de Santander que bajaba a la capital para difundir su ideario, y pensé que habría que contrarrestar aquello de alguna manera, así que hice unos dibujos del tamaño de esos mismos carteles y salí a la calle a taparlos”. Y continúa: “Aquello funcionó bien y la cosa tomó forma. Era un método muy directo y eficaz de llegar a las personas, de hacerles pensar sobre ciertos temas concretos, de provocar reacciones positivas o negativas en ellos. En aquella época creí que surgirían muchas más propuestas como la nuestra, pero no fue así y quedamos como algo singular y diferente”.

La liturgia del pegado
Son las 20 horas de una tarde cualquiera. De un domicilio particular de Malasaña salen unos cincuentañeros armados con otros tantos cubos llenos de engrudo, sus correspondientes cepillos y un buen montón de carteles. Comienza una liturgia muchas veces repetida y a la que no les ha costado nada reengancharse: el pegado del último número de El Cartel, recién salido de imprenta, que irán colocando junto a ejemplares de números pasados cuya temática sigue estando de actualidad.
No hay una ruta predeterminada, pero conocen las paredes del barrio perfectamente. Avanzan con tranquilidad entre la gente y actúan con decisión: pegar un cartel es para ellos cuestión de segundos. Junto al centro de salud de la calle Palma recuperan un número antiguo en defensa de la sanidad pública. Aquí las puntadas se dan con hilo.
Mientras avanza la comitiva, se comenta que ahora es más complicado que hace 20 años encontrar huecos libres en lugares que no molestan a nadie y que tengan a la vez buena visibilidad, al tiempo que concluyen que cada vez tiene menos sentido colocar el periódico en zonas repletas de turistas, por lo que tienen pensado visitar asiduamente lugares con más vida vecinal, sin que ello signifique desaparecer de los céntricos territorios en los que fueron felices. “Antes podíamos encontrarnos con los mismos vecinos cada vez que salíamos de ronda a pegar un nuevo número, comentaban con nosotros la reciente publicación, nos pedían ejemplares para llevárselos a casa… Ahora eso es imposible, los vecinos están desapareciendo del centro de Madrid”, comenta Olaf al tiempo que saca de su bolsillo una pegatina con mensaje y la pone en una de esas cajitas en las que en la vía pública se dejan las llaves de los apartamentos turísticos: “Es para tratar de que los visitantes reflexionen sobre este tipo de alojamientos”.
En este ceremonial de pegado de ejemplares no pueden faltar distintas paradas en los bares de cada zona en la que los integrantes de El Cartel deciden actuar. En Malasaña, el que fue su oficina, el añorado Palentino de la calle Pez, hace años que dejó de existir, pero aún les quedan algunas barras sin gentrificar donde reponer fuerzas, alimentar los vínculos de amistad que reman a favor de la continuidad del proyecto y conspirar: “¿Y si vamos a pegar el número sobre Gaza en las inmediaciones de la embajada estadounidense?”.
Más de dos horas después de iniciar la salida se da por concluida la pegada de ejemplares del día, sin contratiempos, como casi siempre. “En alguna ocasión hemos tenido algún encuentro no deseado con la Policía, pero siempre se ha resuelto con educación y con la fácil retirada en mojado del cartel, objeto de disputa en caso de que haya sido necesario hacerlo”, dicen.
Pese a la marginalidad autoproclamada de El Cartel, el reconocimiento a la trayectoria de esta publicación ha ido llegando a través de las invitaciones recibidas a lo largo de sus años de existencia para participar en exposiciones y en distintas bienales y ferias de artes gráficas y autoedición de dentro y de fuera del país. Muy recientemente, se incluyó uno de sus antiguos números en la gran muestra que el Museo de Arte Moderno de París ha dedicado a la era atómica y a cómo la han reflejado en sus obras distintos artistas del siglo XX.
La particular hemeroteca de El Cartel está disponible en su totalidad en internet y, aunque la posibilidad de darse un atracón de números pasados sin salir de casa es tentadora, parte de la gracia de este periódico radica en toparse con un ejemplar, de buenas a primeras, en su hábitat natural, que no es otro que la calle.
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