En la tienda de Raniero Mancinelli, el sastre de los Papas que se prepara para vestir al nuevo Pontífice
“Siempre me sonreía, parecía más un hermano que un Papa”, rememora sobre Francisco quien está confeccionado el hábito talar blanco de su sucesor en tres tallas diferentes. Cerca de su pequeño taller en Roma está la zapatería artesanal de Antonio Arellano, donde fueron clientes Juan Pablo II y Benedicto XVI


El nuevo Papa elegido en el cónclave que empieza el 7 de mayo, cuando se presente al mundo desde el balcón de la basílica de San Pedro, vestirá uno de los tres trajes que Raniero Mancinelli tiene sobre la mesa de su pequeño taller de la calle Borgo Pio de Roma, a dos pasos del Vaticano. Este sastre de 86 años que se resiste a jubilarse está confeccionando estos días, a un ritmo frenético, el hábito talar blanco del próximo Pontífice. Lo está preparando, como dicta la tradición, en tres tallas diferentes por una cuestión práctica: se desconoce la complexión del sucesor de Francisco. “El nuevo Papa vestirá el que mejor le quede”, dice Mancinelli, con la cinta métrica colgada al cuello, mientras va de un lado a otro del taller de costura, que conecta con la tienda en la que venden todo tipo de rios y atuendos religiosos.
A pocos días del inicio del cónclave, la pequeña sastrería Mancinelli Clero está a rebosar. Frente al mostrador se congregan cardenales, sacerdotes que necesitan un alzacuellos nuevo, turistas que buscan llevarse algún recuerdo, peregrinos del Jubileo y un reguero de periodistas y fotógrafos.
Mancinelli atiende a todos con amabilidad y una sonrisa. Entre un cliente y el siguiente, y entre una entrevista y otra, regresa al taller y da una puntada al último hábito telar que aún tiene a medias. “Si me dejáis terminarlo estará listo a tiempo”, bromea. Y sigue rematando un dobladillo de esta tela inmaculada de lana ligera, la misma que utilizó para vestir al papa Francisco. “Todo se hace a mano”, puntualiza. Y explica que, en condiciones normales, confeccionar una sotana papal le lleva una media de cinco o seis días. La primera de cada Papa se hace “a ciegas” porque aún no se conocen los gustos de su portador. Las siguientes tratan de adaptarse a las preferencias de cada Pontífice, en la medida de lo posible, sobre todo en lo que respecta al tipo de tela, ya que la estética apenas puede cambiar. “Benedicto XVI nos pedía tejidos más gruesos porque era friolero, le gustaban las lanas y sedas preciadas; Francisco, en cambio, prefería telas más ligeras, sencillas y menos costosas”, comparte el sastre. Y echa un vistazo a la portada de un periódico de la semana pasada que tiene sobre la mesa en la que se anuncia la muerte de Francisco. “La sotana que lleva en esta foto es mía, la reconocí enseguida por los pequeños detalles en la zona de los botones”, presume Mancinelli, que fundó este negocio en 1962 y comenzó a vestir a los Papas durante el pontificado de Juan Pablo II.

Mancinelli estudió de pequeño en una escuela salesiana, donde aprendió la tradición eclesiástica, que deja poco espacio a la innovación también en materia de corte y confección de las vestiduras de los clérigos. Lleva 70 años cosiendo para el clero y no piensa en la jubilación. Al inicio elaboraba los trajes de sacerdotes, que después se hicieron obispos y más tarde ascendieron a cardenales y fueron transmitiendo boca a boca las bondades de sus confecciones, hasta que su fama llegó a oídos de un Papa.
En la pared de su taller cuelga una foto en la que estrecha la mano de Francisco, mientras ambos sonríen. Con el argentino mantenía una relación “muy cordial”. “Siempre me sonreía, parecía más un hermano que un Papa”, rememora. Y resalta lo complicado que era venderle algo más allá de los atuendos esenciales. “Traté de convencerlo, en vano, de que al menos en verano vistiera unos pantalones blancos o claros debajo del hábito talar, yo podía hacérselos con tela ligera, pero no hubo manera, siempre llevaba los suyos negros”, apunta.










El trajín es constante estos días en su pequeña tienda. Dos empleadas cosen a un lado del mostrador los botones rojos de un hábito talar negro para un cardenal, mientras otra atiende a un cliente y le explica cómo lavar la estola que acaba de comprar. Otra dependienta despacha al teléfono: “Tengo que colgar que esto está lleno de gente”, se disculpa. Un turista indio entra en el negocio y pide hacerse una foto con el sastre, al que ha visto en YouTube. Un prelado pasa a retirar un fajín que había encargado la semana pasada y se prueba varios solideos de color rojo amaranto hasta dar con su talla.
Uno de los muchos cardenales que estos días pasan por la tienda de Mancinelli podría ser el nuevo Pontífice. Él relata entre risas, con aire enigmático: “Un cardenal vino hace unos días a pedirme una sotana roja, que es la que llevan los purpurados, y le dije: ‘Eminencia, no se la hago roja, porque si después del cónclave tiene que cambiar de color y llevarla blanca, ¿qué va a hacer con ella?’. Se reía y decía ‘no, no, no’, pero aceptó mi consejo. ¿Quién sabe?”.
La milla de oro de la moda clerical
La calle Borgo Pio de Roma y sus aledaños forman una especie de milla de oro de la moda clerical de la capital italiana. Allí está también el taller del conocido como el “zapatero de los Papas”. Se trata de Antonio Arellano, originario de Trujillo (Perú), que lleva más de tres décadas en Italia. En su pequeña zapatería artesanal elaboró los zapatos de Juan Pablo II y los famosos mocasines rojos de Benedicto XVI. El Papa alemán era un cliente habitual, también durante su etapa como Papa emérito, después de la renuncia en 2013, explica el artesano, mientras enseña, orgulloso, una foto de la capilla ardiente del Pontífice en la que se aprecia la firma de Arellano en la suela de los zapatos del difunto. En las paredes de su negocio hay recortes de periódico y numerosas fotos con Ratzinger. En un rincón se apilan varios ejemplares del libro que él mismo escribió en 2019, titulado El Zapatero del Papa, en el que relata su vida, cómo llegó a Italia, cómo se fue haciendo una clientela entre curas, obispos y monjas junto a los muros del Vaticano y cómo llegó a ser el zapatero de dos Papas.

Recuerda cada detalle de sus ilustres clientes. “A Juan Pablo II le gustaban los zapatos de color burdeos, y terminados en punta como estos”, recuerda mientras enseña un par. A Benedicto XVI lo conocía de su etapa de cardenal, tenía anotadas sus medidas y ya como Papa le encargó varios zapatos rojos. “Era muy educado, muy tranquilo, vino aquí porque yo era el único zapatero de esta zona”, explica detrás del mostrador, rodeado de zapatos, cinturones y otros objetos de piel, mientras en el taller de la trastienda su sobrino trabaja con hormas y suelas.
Su hijo Daniel Arellano tiene otra zapatería, que abrió hace 17 años, también a pocos pasos del Vaticano, pero del otro lado de la plaza de San Pedro. Él, que aprendió el oficio de su padre, reparó en varias ocasiones el maletín del papa Francisco y sus zapatos, que eran ortopédicos, fabricados por su zapatero de confianza en Argentina. “Eran cómodos, sanitarios porque tenía alguna dificultad para caminar, negros, sencillos, con pasadores simples. Los traía para cambiar alguna goma de la suela o para lustrarlos”, señala en su tienda. Y agrega: “Cuidaba mucho sus cosas, tanto el maletín como los zapatos, le gustaba repararlos cuando estaban muy gastados en vez de comprar otros nuevos. Trajo sus zapatos de Argentina como cardenal y siguió usando los mismos durante su pontificado, tenía dos modelos, pero eran muy similares”.
Francisco fue enterrado dentro de un féretro sencillo con su par de zapatos usados y desgastados que lo acompañaron durante años y que también pasaron por las manos de Daniel Arellano para alguna reparación. En su taller, Daniel arregla también con mimo todo tipo de objetos de piel, como bolsos de lujo de Fendi o Louis Vuitton. “Es bonito que la gente siga arreglando las cosas. Ojalá que el próximo Papa lance un mensaje también en este sentido, como hizo Francisco. La cultura de usar y tirar y tanto consumismo no es bonito”, lanza como reflexión.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
