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tribuna
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El voto a los 16 años es maquillar la pobreza de los jóvenes

Nuestra democracia no solo está en riesgo por el avance de los discursos reaccionarios; también por vaciar de sentido nuestras libertades

Un joven posa junto a las papeletas para las elecciones generales de 2021.
Estefanía Molina

Votar a los 16 años es maquillaje. España se ha vuelto de los países de Europa con una tasa de pobreza infantil más elevada: uno de cada tres adolescentes no llega a unas condiciones mínimas de vida, pero el sistema les permitirá meter una papeleta en la urna que, probablemente, siga sin cambiar su situación precaria. Nuestra democracia no solo está en riesgo por el avance de los discursos reaccionarios; también por vaciar de sentido nuestras libertades.

De hecho, ciertos jóvenes se han vuelto nostálgicos de Franco, o idealizan cualquier tiempo pasado, porque han leído en algún lado que entonces había “vivienda, trabajo y seguridad en las calles”. Su desafección con el sistema actual no parece venir tanto porque crean que pueden perder algunos de sus derechos —es probable incluso que los den por sentados, o no sean conscientes de que los disfrutan— como por intuir que sus proyectos de vida nacen frustrados. Por ello, uno de cada cuatro jóvenes estaría dispuesto a renunciar al modelo democrático como lo conocemos, o a explorar otro, si les ofrece más bienestar socioeconómico o mejores resultados.

Así pues, se antoja un ejercicio de cinismo colocarse la medalla de un “nuevo derecho conquistado”, como defienden algunos partidos de la izquierda, si ese mismo derecho tampoco conduce a nada. No lo malinterpreten. Esto no va de que solo pueda votar la gente pudiente; por suerte, el sufragio censitario quedó atrás hace siglos. Lo preocupante es despertar en tantos jóvenes la ilusión de que por poder votar el sistema va a hacerles más caso.

La prueba está en que muchos jóvenes de 18 a 35 años, con derecho a sufragio, siguen sin ver sus problemas resueltos. Por eso, es descarado sostener como hacen algunos que reducir la edad de voto servirá para incluir sus demandas. De un lado, porque supone asumir que, solo si da muchos votos, la política empezará preocuparse de por qué tantos jóvenes no pueden emanciparse en España. Del otro, porque es probable que el bipartidismo siga prefiriendo dirigir sus políticas hacia la generación baby boom, como hasta ahora. Son quienes evitan un estallido social porque pueden aún mantener a nuestros jóvenes empobrecidos, pagándoles facturas o dándoles la entrada a un piso. Son también el grupo de edad más cotizado entre PP y PSOE, lo que explica por qué la brecha económica entre los jóvenes y sus mayores lleva creciendo durante más de dos décadas: para los primeros, medidas estéticas como el bono cultural o el interraíl; para los segundos, pensiones revalorizadas conforme al IPC. En consecuencia, rebajar la edad de voto a los 16 años quizás sea el barniz que el sistema necesita para seguir abandonando a los jóvenes a su suerte, bajo la coartada de dar “más libertades”.

A saber, que la clase media siempre fue el motor de la democracia, algo que hoy no podemos asegurar dado que cada vez menos chavales —los adultos de mañana— pertenecen a este grupo. Ni la polarización, ni el auge de los extremos caen del cielo.

Precisamente, tampoco es de esperar que las propuestas a izquierda y derecha sean muy distintas por rebajar la edad de voto entre los jóvenes. Partidos como PSOE, Sumar o Podemos ya incluyen en su programa muchas demandas de la juventud como el ecologismo, el feminismo o los derechos laborales. Por su parte, es entre cínico y comprensible preguntarse si esto beneficiará a Vox, cuando la realidad es que la ultraderecha ya viene de antes catapultada por una enorme desafección con el sistema.

Quizás ese miedo al auge reaccionario explique por qué rebajar la edad de voto no triunfa ni entre quienes lo promueven. Entre los votantes del PSOE, la medida solo obtiene un 24% de apoyo; Sumar, un 26,3%; ERC, el 38,6%; Bildu, un 37,2%, y BNG, el 30,9%. Cabría preguntarse cuántos muchachos contestarían estar de acuerdo o muy de acuerdo con tener un trabajo bien remunerado o un piso en condiciones. Entre los 18 a los 24 años, un 87,4% de los españoles están en desacuerdo o muy en desacuerdo con la propuesta. Tal vez saben que podría resultar estéril.

En resumen, siempre es buena noticia que haya un nuevo derecho como votar a los 16 años, pero tampoco hagamos creer a los ciudadanos que eso equivale a un sistema de libertades más sólido, o que de pronto los jóvenes empezarán a ser el epicentro de interés del bipartidismo. Nada más perverso que sentir que la democracia se reduce a ejercicios folclóricos, de los que nos exigirán incluso estar agradecidos, aunque nada cambie. Sería un alivio pensar que el reaccionarismo solo abarca a quienes votan a la ultraderecha. Lo trágico es asumir que, a menudo, el autoritarismo viene promocionado desde la propia democracia. Esta no solo va de meter una papeleta en la urna: también consiste en resultados.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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